En este bonito día como son los lunes, en el que por fin me he librado del mocho que tenía por cabellera, en el que el frío ha llegado -o eso parece- definitivamente para quedarse, en el que hemos realizado una de las mejores entrevistas que recuerdo, y en el que tengo la cabeza y el corazón cargado de optimismo, voy a compartir la reflexión de un lector del XL Semanal, publicada en el día de ayer, y que debe servir a todos como lección en estos tiempos que llamamos de "crisis":
"Gano menos que hace cinco años, mi mujer está en el paro, tengo dos hijos a punto de entrar en la universidad y una hipoteca por un piso que vale menos que cuando lo compré. ¡Que nadie se asuste! No es un anuncio para pedir limosna, solo soy un español normal y corriente. Sin embargo, tengo los años suficientes como para haber conocido tiempos peores y acordarme de cómo eran las cosas antes de que nos creyésemos ricos.
Teníamos poco. Mi ropa cabía en un pequeño armario de no más de un metro de ancho. Y como muchos de mi generación estudié la carrera por la noche; por el día descargaba camiones, cosía zapatillas o barría fábricas, lo que fuera con tal de salir adelante. Pero estas estrecheces no nos impedían ser gente optimista, generosa y alegre. Ahora, a pesar de tener mucho más, incluso en plena crisis, nos hemos vuelto tristes, codiciosos y huraños.
El domingo, mientras paseaba por el parque, observe una escena que me hizo transportarme a esa época. Un grupo de gente tocando la guitarra, cantando y riendo. ¿Pueden creerlo? Eran inmigrantes sudamericanos. Seguramente tenían menos que yo, pero parecían más felices. ¡Así eramos antes!"
Julio Fernández Díez. Logroño
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