No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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lunes, 25 de julio de 2016

El viaje de nuestras vidas

¿Cómo sabe eso de que ansías tanto hacer una cosa, que pasan los años y todo sigue igual hasta que un día descubres que sí, que lo vas a hacer, y que será tan maravilloso como se suponía? Pues la verdad es que sabe a muchísimas cosas, todas buenas, desde el momento en el que ves a tus amigos sentados en el banco esperándote a que les abras la puerta de casa hasta que acabas en el piso de una desconocida bebiendo cerveza y ahogando nuestros últimos segundos juntos.



Describo este viaje, el del Interrail, como el mejor que hemos hecho en nuestras vidas. No porque cada viaje es mejor que el anterior, ni porque lo tenga tan reciente que así me lo parezca, o simplemente porque quiera presumir de haber vivido una experiencia así. No. Este viaje lleva la palabra MEJOR y, por supuesto, la palabra VIDA.

Es difícil contar con detalle lo que me hemos vivido en seis días (contando los días juntos en Madrid, me salen casi 10). En realidad,  hay cosas que ni siquiera soy capaz de explicar. Hay otras que si las contara saltarían chispas por todas partes. Así que me remitiré al guión establecido del viaje. Y lo haré de carrerilla:

Sábado 16 de julio

Me encontré a Carlos, Sergio y Fenoll en el banco de enfrente de mi casa, en Madrid. Subimos. Descansamos un rato. Fuimos a Chamartín a preguntar si desde allí se podían reservar billetes internacionales. Fuimos al Tigre a comer y beber como salvajes. De ahi al MaskCopas. De ahí a la Risueña. De ahí a una copia del Mercado Provenzal. De ahí a dormir.



Domingo 17 de julio


Llego a casa de trabajar. Me los encuentro jugando a la xbox. Me voy con Fenoll a ver cosas que nos pueden dejar para nuestro nuevo piso. Volvemos a casa y ya ha llegado Adrián. Nos vamos a cenar al Museo del Jamón. Nos tomamos la última en el 100 Montaditos-Sureña. Volvemos a casa.


Lunes 18 de julio

Nos despertamos. Fenoll se afeita en el pasillo de la entrada. Nos repartimos el companaje de Adrián entre las maletas. Nos vamos a desayunar a la cafetería del Intercambiador. Sacamos dinero. Compramos bocadillos en el bar del Metro. Llegamos al aeuropuerto. Compramos cartas por valor de casi 8 euros. Embarcamos. Hace calor en el túnel de vestuarios. Entramos en el avión. Dos horas después llegamos a Bruselas. Nadie nos hace un control ni nos toca nuestros huevos s_____s.



Encontramos a nuestro chófer, pero casi le perdemos unas diez veces porque a pesar de su barrigón anda muy deprisa. Nos lleva a la puerta del hotel Albert. Cogemos un tranvía. Llegamos a Grand Place. Vemos al niño meando. Nos comemos un metrallete (bocadillo de carne, cebolla, muchas patatas fritas y salsa picante) en Fritzland. Unos españoles a nuestro lado nos oyen comentar lo bien que vamos a cagar (IRONÍA) después de esos bocatas. Nos vamos a beber al Delirium. Una bota de cristal de cerveza, sí. Hablamos con unas madrileñas y luego con unas guiris americanas. Buscamos un bar más barato y acabamos en otro Delirium porque el camarero nos convence. Nos sentamos con unas chicas portuguesas. Aparecen las guiris americanas. Bebemos hasta que cierran. Nos volvemos al hotel andando. Igual tardamos una hora mientras Fenoll capturaba pokemons.

Martes 19 de julio

Nos levantamos. Cogemos un autobús. Dejamos las maletas en la consigna de la estación de tren. Desayunamos unos gofres. Nos vamos a recorrer las inmediaciones del Parlamento y la Comisión Europea. Visitamos el Museo de Dinosaurios. Nos perdemos. Hace mucho calor. Encontramos una parada de metro. Vamos a sacar las cosas de la consigna pero hemos perdido el ticket. Pagamos 12 € y nos devuelven las cosas. Compramos barras de pan para hacernos bocadillos con el companaje.




Cogemos un tren destino Gante. Cogemos un tranvía destino al hotel. Nos deja al pie de una cuesta enorme. Llegamos a nuestra habitación, en la que hay 14 camas, un calor insoportable y un aparato de aire acondicionado estropeado. Nos duchamos y al rato estamos sudados otra vez. Salimos de allí pitando. Descubrimos que Gante está en fiestas. Nos dan agua potable gratis. Cenamos en el Mosquito Coast (un fraude). Nos vamos a beber a un Delirium frente a una feria. Carlos se bebe dos cervezas en 9 segundos. Acabamos en una carpa bailando. Nos vamos a dormir.

Miércoles 20 de julio

Nos despertamos como si hubiéramos estado 20 horas en una sauna. Asaltamos el buffet-desayuno para compensar la habitación infernal. Dejamos nuestras cosas en el hotel y nos vamos a patear Gante. Damos un paseo en una barca en el canal con muchos españoles. Nos dan un helado gratis y un paraguas multicolor. Entramos en las mazmorras de un castillo. Echamos dinero en un pozo y pedimos un deseo. Nos hacemos unas cuantas fotos en la ciudad y nos comemos un perrito caliente gigante con una cerveza Jupiler. Vamos a Primark a comprar ropa de verano porque media maleta era de invierno (nos dijeron que haría frío y hacía más calor que en la comunión de Charmander).




Recogemos nuestras cosas del hotel y vamos a la estación con destino a Brujas. Casualmente nos encontramos allí con unas españolas que vimos en Gante. Cogemos un autobús dirección al hotel. En esta habitación corre más el aire, pero no hay consignas. Compramos candados y nos tomamos una cerveza en el bar del hotel. Nos hacemos unos bocatas con el companaje y nos vamos a ver Brujas. Volvemos al bar del hotel y nos tomamos unos jagger boom y unas birras en la happy hour mientras jugamos al 'culo' con unas españolas. Nos acostamos.

Jueves 21 de julio

Nos levantamos temprano. Desayunamos en el buffet del hotel. Llegamos a la parada de autobús y si lo esperamos no llegamos al tren con destino a Bruselas. Salimos corriendo. Llegamos reventados a la estación. Cogemos el tren a Bruselas, pero allí, por pedirnos unas hamburguesas calle abajo, perdemos el de Amsterdam. Aprovecho y me compro dos cajas de mejillones.




Me como una en el tren. Llegamos a Utrecht, donde decidimos que ibamos a dormir, pero cancelamos la habitación y reservamos otra en Amsterdam. En los pocos minutos que estuvimos en Utrecht nos encontramos con un callosino (ESTABA CLARO). Llegamos a Amsterdam. Cogemos el tranvía. Llegamos al hotel. Dejamos las cosas y nos vamos a ver el centro de la ciudad. Visitamos los coffee shops, el barrio rojo y demás. Perdemos la noción del tiempo. Nos vamos a dormir.

Viernes 22 de julio

Madrugamos para ir al Mercado de las Flores, Alquilamos unas bicis y damos una vuelta por la ciudad. Nos dan queso gratis en una tienda. Nos vamos a un parque enorme y precioso. Encontramos un sitio perfecto y nos ponemos a jugar a las cartas. Volvemos a perder la noción del tiempo. Por la tarde, acabamos en un trocito de césped junto a un lago, acostados mientras un tipo tocaba la guitarra y cantaba como los ángeles al tiempo que la brisa soplaba a nuestro favor.




De los mejores momentos de nuestra vida. Comemos unas hamburguesas aplastadas del Mcdonalds. Volvemos al hotel a ducharnos. Vamos al centro. Cenamos con las guiris americanas que conocimos en Bruselas. Una de ellas parece que va encocada perdida. Nos invitan a cervezas y croquetas (ellas las llaman albóndigas) en otro bar. Nos tomamos un gofre (el cuarto de la semana). Nos bebemos una botella de 2 litros en apenas 15 minutos. Volvemos al hotel. Dormimos.

Sábado 23 de julio

Nos levantamos. Dejamos las bicis. Cogemos un tranvía con destino a la estación de tren. Cogemos un tren con destino a Bruselas. Allí comemos unos bocatas en un restaurante suizo. Luego los mejores gofres de la ciudad (el quinto de la semana). Compramos souvenirs y chocolate belga. Nos tomamos la última birra en el Quick. Cogemos un autobús con destino al hotel Albert.



Esperamos al chófer en un bar. Dormimos en el coche de traslado al aeuropuerto. Allí encontramos a unas madrileñas que habíamos visto como tres veces en Bruselas. Quedamos con una de ellas para salir por ahí al llegar a Madrid. Bebimos unas cervezas. Y unos cubatas. Y llegamos a casa a las 6 de la mañana. Al día siguiente finiquitamos nuestro periplo en el 100 Montaditos, dando por hecho que este viaje ha sido, seguro, mejor que un día sin pan (solo ellos lo entenderán).



sábado, 2 de julio de 2016

Un día en la Eurocopa 2016

Esta es la historia de un viaje inolvidable express a Marsella. Dicen que es preciosa, pero yo casi no pude saborear la mayoría de sus monumentos y atracciones. Solo el monumento más importante, el Velodrome, y la atracción más importante: la Eurocopa 2016.




Tener la oportunidad de acudir a un partido de este torneo es equivalente, para mí, a estar en el paraíso. Mi amigo Samuel vive a dos horas de Marsella, en Montpellier, y compró entradas para todos los partidos que se iban a disputar en esa ciudad. Al ser minusválido, siempre iría con acompañante, y gracias a que pude contar con dos días libres, elegí el primer partido de cuartos, pensando que si España quedaba primera de grupo y eliminaba a su rival en octavos, la vería en directo en una de sus citas más importantes.

No pudo ser. La Roja acabó segunda por un penalti fallado de Ramos y un gol casi en el descuento de Perisic, y para colmo fue eliminada en la siguiente ronda a manos de Italia. El partido que veríamos sería el Polonia-Portugal, un Lewandowski-Cristiano Ronaldo, vamos. Tenía miedo de que las aficiones no estuvieran a la altura de otras como la británica o la islandesa, pero me sorprendieron sobremanera.




Pero bueno, que me voy por las ramas. La historia comienza un jueves a las cinco de la mañana. Suena Summer of 69 en el despertador y unos minutos después recibo una llamada perdida. Es el taxista. Al ver que no le llamo, me manda un mensaje y me dice que ya está abajo. Me preparo una mochila, me visto y salgo del piso. Dos horas después ya estoy en un avión con destino a Marsella, Debo decir que creo haber aprendido a guiarme (por fin) en los aeropuertos y en este tipo de viajes. La única pega: no mastiqué chicle mientras aterrizaba el avión y el oído derecho se me taponó como si tuviera cera para diez procesiones. Por suerte, volvió a la normalidad unas horas después.

Poco después llegaban Samuel y su hermano Yann en la furgoneta para recogerme rumbo a la ciudad. Aparcamos cerca del estadio -eran casi las 10 de la mañana y apenas había ambiente de día de Eurocopa- y nos digirimos a los alrededores a comer algo. Unos crepes con chocolate, para ser más exactos.



Insistí en ir a la Fan Zone. Yo esperaba una carpa en la que hubieran cientos de polacos bebiendo cerveza hasta el amanecer del día siguiente, pero nos encontramos con un recinto gigantesco y semi-vacío en medio de la playa. Allí nos encontramos con cuatro españoles -como nosotros, con la camiseta de la Roja- que venían desde el País Vasco para ver el partido. Nos los cruzamos hasta tres veces durante el día, y nos invitaron a cubatas de ginebra -muy fuertes por cierto-.  En aquella playa comprobamos que algunos polacos barrigones y algunas bellezas polacas disfrutaban de un buen baño y del -soporífero- calor que hacía en ese momento. En la Fan Zone chutamos penaltis, nos hicimos fotos rocambolescas, entramos en sorteos, jugamos al Pro, pintamos en un mural y nos bebimos una fresquita y carísima cerveza (siete euros).

La vuelta a los alrededores del estadio fue asfixiante, pero lo amenizamos con los cubatas de ginebra y los saludos con los polacos (¡Polska!) y los lusos (¡Portugal!). Lo que nos terminó de sacar una sonrisa definitiva fue un polaco que nos quería vender una entrada y se la acabó regalando a Samuel mientras le explicaba que había sufrido un accidente de coche y casi acaba en silla de ruedas. Esa entrada permitió a Yann entrar al campo con nosotros.




Volvimos al Velodrome. Allí comimos paninis (deliciosos) y nos dimos un garbeo por la zona, ya plagada de polacos y portugueses. Empezaron a calentarse. Nos encontramos con un portugués fan del Sporting de Lisboa y defensor de Cristiano Ronaldo y Pepe que nos contó mil anécdotas. Lo mejor llegó cuando la plaza se llenó de polacos que empezaron a cantar y no pararon. Nos unimos a los cánticos y disfrutamos de lo lindo. En esas, me crucé con un alemán que se puso a cantar el Que viva España de Manolo Escobar y que me restregó por la cara que eran campeones del mundo. Yo le contesté con un 'Carles Puyol' y se le borró la sonrisa al tiempo que reproducía lo que yo consideré como 'improperios alemanes'.




Por fin era la hora de llegar al campo. Con los pies destrozados, un voluntario de la UEFA se ofreció a llevarnos en jeep a la puerta por la que entrábamos. Un crack. Entrar al Velodrome fue como entrar por la pantalla de televisión en la que días atrás veías los partidos de la Eurocopa y soñabas con formar parte de eso. El partido acabó empate a uno y nos fuimos a la prórroga y a los penaltis. La vuelta se retrasaba: llegaríamos a las 4 de la mañana a Montpellier.

Pesadilla

Ahora les voy a contar la otra cara de la moneda. No quiero extenderme mucho porque es recordar esas horas y me entran ganas de tirarme por la ventana, pero es necesario contarlo porque creo que hasta hicimos historia.

Llegamos al coche a las 00:30. Arrancamos, conducimos 200 metros... y Yann no puede doblar el volante. Se atasca. Maldice a los dioses viejos y nuevos y para el coche junto a un semáforo. Llama a sus padres. Cuelga. Resulta que tiene una antigua avería y no funciona. Hay que llamar al seguro.

Cuando vuelve de llamar, nos dice que hay que esperar una hora a que llegue la grúa y compruebe los daños para después buscar una solución para nosotros. O volvemos en un taxi adaptado a Montpellier o dormimos en un hotel con cama pagada. Les voy a adelantar el final: no ocurrieron ninguna de las dos cosas. Estuvimos horas y horas esperando hasta que un hombre marroquí nos llevó con la grúa a un depósito donde Cristo perdió la chancla y dando tantos tumbos que Samuel casi acaba volcado en el suelo.



Llegamos al depósito. Yo ya temía que nos descuartizaran vivos. En lugar de eso, guardaron la furgoneta y nos metieron en una sala con un sofá y dos sillas a esperar. Esperar. Esperar. Eran las tres de la mañana y yo llevaba casi 24 horas sin dormir. Yann recibía una llamada cada cierto tiempo y yo me hacía ilusiones que se rompían en cuanto colgaba. Que no encuentran hoteles, que no encuentran taxis adaptados, que bla bla bla. Acabé durmiendo en el suelo de aquella sala perdida dios sabe dónde.

Nos despertaron cuando más calor hacía para seguir esperando en recepción, donde había aire acondicionado. Una mujer nos dijo que en 15 años que había trabajado allí jamás se había quedado nadie allí a dormir. Eran las 8 de la mañana y estuvimos esperando cuatro horas más hasta que apareció un taxi con un remolque que nos dejó en Montpellier 15 horas después de haberse roto la furgoneta.

Calma

Tras la tempestad, conseguimos descansar en casa de Samuel. Comimos hachís (un plato típico francés, no droga) y entre eso y una ducha conseguí revivir. Luego gané una partida al chinchón y jugamos unos cuantos fifas antes del Bélgica-Gales, que disfrutamos con unas cervezas y unos tacos rellenos de tres carnes, queso y patatas verdaderamente espectaculares. Sobre la 1 y pico ya estaba en la cama recuperando horas de sueño, y al día siguiente me preparaba para volver a Madrid, tras dos días intensos pero emocionantes. Experiencia maravillosa.