No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
____________________________________________________________________________________

jueves, 28 de mayo de 2015

Cambridge: Capítulo 3




Escribo este capítulo final ya en casa, en Madrid, con la habitación hecha un desastre y después de recuperar muchas horas de sueño acumulado. En la madrugada de ayer, todavía en tierras inglesas, cogí en Cambridge un autobús a las tres de la madrugada para ir al aeropuerto, esperar hasta las seis para coger el avión y llegar al piso a las once de la mañana. Sí, fue una muerte lenta y dolorosa.

Pero mereció la pena. Sobre todo por un último día alucinante. Contamos desde la noche del lunes, cuando fuimos a un sitio magnífico e irreal de Cambridge, el 'LOLALO', un lugar donde ponen todo el reggaeton que te puedas imaginar, ambientado en una especie de selva tropical. Ojo, porque pusieron hasta la 'Macarena', y fliparíais viendo a los guiris, borrachos perdidos, bailando aquello. Ojo: en la foto, con Mónica, otra callosina por el mundo. Estamos en todas partes. ¡En todas!


Como en todos los garitos de Inglaterra, el Lolailo cerró a las tres de la madrugada -de nuevo, chapamos el pub-, así que teníamos unas cinco horas para descansar antes del gran viaje a Londres. Sin embargo, la muerte y la resaca nos obligaron a salir hacia la capital inglesa, en tren, a las doce.

Llevaba nueve años sin pisar Londres. Lo que recordaba del Támesis era un río donde la mujer que me acogía por entonces se ganaba la vida tocando la guitarra. Cuando lo vi, esplendoroso, enorme -un poco lleno de mierda, también- delante de mis narices, supe que con 16 años no había apreciado de verdad la magnitud de donde me encontraba.


Dimos un rodeo chulo por la zona, antes de irnos a comer a una especie de antro -inciso: en Inglaterra, al contrario que en España, los antros son, además de antros, caros de cojones-. Después, vimos el Big Ben, el Golden Eye, el palacio de Buckinham, Green Park y, por último, Picadilly Circus, parcialmente acompañados por la señorita Ana Sancho, quien nos enseñó la zona, nos llevó a a beber cervezas en happy hour y nos descubrió una de las mejores hamburguesas que he comido.

La vuelta fue mortal, sí. Llegamos a Cambridge a las doce de la madrugada y quedaban tres horas para coger el bus. Pero había que ir a Londres, y disfrutar de un día increíble en el que a la gente le chocaba ver a Sergio y a mi con las camisetas de Liverpool y Manchester (¡Mirad, están andando juntos!), en el que comprobamos que la capital está dominada por una franquicia llamada PRET AND MANGER (pero Fenoll desafió el sistema dejando un regalito en uno de ellos); y en el que hablar inglés -o spanglish, o inglés murciano- nunca fue tan reconfortante.



Nos lo hemos pasado en grande. Sobre todo con mis gratas experiencias con los taxistas. En la noche del Lolailo, el conductor me agarró del brazo porque Fenoll todavía no le había pagado. Y en la vuelta de Londres, como todavía no me acostumbro y estaba tan cansado que no vi el volante, me senté en el asiento del taxista. El hombre, ya mayor, abrió la puerta y me preguntó, con tono serio: Are you a driver? Sergio todavía se está descojonando.

Han sido miles los detalles que han hecho que este viaje sea maravilloso. Lamentablemente, no me acuerdo de todos, y darían para escribir diez entradas como esta. Pero el más importante es el hecho de saber que da igual estar en Madrid, en Alicante, en Cambridge, en Múnich o en Singapur. La amistad jamás se rompe. Y estamos dispuestos -cuando ahorremos- a ir hasta el fin del mundo si es necesario.

lunes, 25 de mayo de 2015

Cambridge: Capítulo 2



Escribo con agujetas en la parte inferior de las nalgas -no penséis mal- y sin planta de los pies porque creo que he andado y montado en bici como no lo he hecho en mi vida. Ojo, cuando vuelva no me vais a ver más delgado ni mucho menos. Todo esfuerzo físico se ha compensado con mucha grasa british -es el plato típico de aquí, nosotros tenemos la tortilla de patatas y ellos la grasa british-.



¿Por qué andamos tanto y montamos tanto en bici? Lo primero, porque en el día 2, diez horas después de dormir como cosacos y comernos un desayuno al más puro estilo inglés, Berenguer y yo decidimos perdernos al comprobar que quedaban 22 minutos para que llegara el autobús. Vimos patos y vacas rodeando el río Cam, y decidimos 'acortar' para ir al centro. Acabamos en Milton, un pueblo a las afueras de Cambridge, en la nada más absoluta. Había pradera a la izquierda y pradera a la derecha. Hasta una señora nos dijo algo parecido a "no sigáis, un poco más allá está Mordor".



Dimos la vuelta, cuando nos dimos cuenta que igual aparecíamos en la huerta de Callosa, y encontramos una hora después a Fenoll, que nos llevó un poco más allá del inframundo para comer una buena ración de fish and chips. Luego decidió que era buena idea recoger la bici en casa de su amigo, entre 45 y 60 minutos andando. Y después de recoger la bici, que se le caiga el sillín y tener que ir andando hasta su casa. Entre las veces que se equivocó y las otras tantas que se desvió para que viéramos no se qué, acabamos recorriendo la periferia, el centro y las afueras de Cambridge. Luego fuimos al Hospital para que me amputaran los pies.



La vida en este pueblo es placentera. En las calles que no están en el centro, reina una tranquilidad pasmosa. El olor a fritanga -sobre todo a bacon- invade el ambiente, al igual que las grandes dimensiones de césped que dan ganas de tumbarte y vivir allí toda la vida. Cambridge tiene naturaleza, tiene río, tiene vida social y tiene una riqueza cultural increíble. Como dice Sergio, preferiría vivir aquí antes que en Londres.



Esta mañana, después de dar mil vueltas en bici -parecíamos los chavales de verano azul- hemos acabado desayunando en un café italiano, donde hemos conocido a una chica majísima de Jaén, que lleva cuatro años viviendo en la ciudad. Nos hemos tomado unos chocolates calientes y unos cruasanes de chocolate y jamón-queso, y nos hemos adentrado en el centro, donde hemos disfrutado de los collegues -o como se escriba-, del mercado, de las iglesias y catedrales y de -según Fenoll- la casa donde vive Stephen Hawking. Hemos comido en un mexicano, nos hemos tirado en el césped, hemos visitado el café donde trabaja Fenoll y hemos podido contemplar -uoh- el puente de las matemáticas.



Ahora estamos reponiendo fuerzas porque esta noche vamos a una discoteca que se llama Lolailo o no se qué. Sergio está tirado en la cama como un saco de patatas y Fenoll... bueno, Fenoll está exactamente igual. Yo necesito un masaje en los pies, pero por lo demás estoy listo para otra noche estupenda en Cambridge, la ciudad donde amanece a las cuatro de la mañana, donde la gente pone candados en sus contenedores por si les roban la basura, donde hay más bicis que personas y donde te puedes encontrar en medio de la calle -ojo a esto- ratones, puercoespines, e incluso zorros. Sí, Sergio y yo vimos un zorro esperando al autobús. No sabemos si llevaba ticket.


domingo, 24 de mayo de 2015

Cambridge: Capítulo 1




Escribo desde Cambridge, un lugar famoso en todo el mundo por su Universidad, y desde ahora por albergar a una las mejores personas que se conocen. Francisco Javier Fenoll decidió pasar un año aquí, entre guiris. Y como le llamamos para quedar y dijo que si íbamos a su casa... ¿Pues por qué no?

Así que nos embarcamos mi amigo Berenguer y yo en un avión que zarpaba a las seis de la mañana, después de habernos hinchado en el Tigre -lo que adoramos el Tigre- y de haber tomado algo por última vez en la Risueña. Una última Copa en un lugar castizo, español -aunque el 70% de los clientes eran sudamericanos-. Lo que vendría después serían cervezas, cocteleras y más cervezas. Pero antes, la matada del siglo.

Llegamos al aeuropuerto sobre las 4:30, algo contentos por los litros de cerveza y tinto de verano en el cuerpo. Gran momento el de estar esperando a que llegara la chica al mostrador de la puerta de embarque y que los cientos de personas allí sentados se levantaran al instante, como si acabaran de abrir un Mediamarkt el día de la salida de la PlayStation 5. A Sergio le pusieron en la cola PRIORIDAD y a mi en LA OTRA FILA. Sí, como si fuera pasajero de tercera clase. Luego, en el avión, nos pusieron a 20 asientos de distancia, pero la matada fue tal que casi dio igual. Como siempre, despegar fue genial. Aterrizar... bueno, me pegué un susto de muerte. Yo estaba esperando con los ojos cerrados porque habían dado el aviso hacía ya 10 minutos. Así que cuando di el respingo, la pareja de sudamericanos sentada junto a mí se descojonó en mi cara.

Llegamos a buena hora al auropuerto de Londres -una hora antes, jeje (me maten)-, lo malo es que nos encontramos con una cola espectacular para enseñar el DNI. Era triste ver mi cara de muerto, con una moquita infernal, y repitiéndome la salsa que le echan a todo en el Tigre. Lo mejor fue la conversación con el del control, demostrando que mi inglés sigue siendo genuino.

Hombre: ¡Hola!
Yo: Hello!... ¡Hola!
Hombre: From Madrid?
Yo: ... Yeeees!
Hombre: How many days?
Yo: Um..... four!
Hombre: London?
Yo: ... Yeeeees. And Cambridge.
Hombre: Ahhhh! Okei, Okei. Bye!
Yo: Bye!

Llegamos a la estación de autobuses diez minutos antes de que saliera nuestro autobús. Fenoll nos dijo que creía que era el 19, y la operaria nos lo confirmó. Sin embargo, un buen rato después de la hora de salida, le pregunté Where is my bus? y la chica me dijo que ¡OHH! Tienes que cambiar los billetes. No nos lo podíamos creer. Luego resultaba que la operaria se llamaba Marissa, sabía español y se había equivocado, era el 17. Pero nos cobraron 11 libras más, sin ningún problema. Fuckin Marissa.

Dos horas y pico después, cogimos el autobús dirección Cambridge. En unos asientos acolchados, propios de una zona VIP, caímos rendidos hasta llegar al centro del pueblo, donde esperaba Fenoll con una bici, un papel donde nos decía todo lo que teníamos que hacer para llegar a casa sanos y salvos y una llave doblada. Es un genio.



Llegamos en perfectas condiciones, gracias a las indicaciones de Fenoll. Al entrar a la casa, nos dijo que no había nadie y que su habitación era la de enfrente de las escaleras. Lo que obvió fue que la habitación estaba SUBIENDO las escaleras, no en el piso de abajo. Entramos a la habitación y apareció una chica recién salida de la ducha chillando como una posesa. Estuvimos a un pelo de Antonio Resines de verla completamente desnuda.

En el papel ponía que abriéramos su armario. Estaba lleno de todo tipo de  guarrerías de chocolate: nutella, mini-napolitanas, kinder bueno, galletas... comimos unos sandwiches y fuimos al centro, donde nos esperaba nuestro amigo y una chica de Jaén, Ana, que se apuntó al maravilloso plan de ver Eurovisión mientras nos hinchábamos a beber cerveza. Fue en un pub de Ely, un pueblo cercano a Cambdrige, donde nos comimos una hamburguesa legendaria, conocimos al disparatado profesor de Fenoll, vimos actuar a Edurne sin sonido y bebimos chupitos de Jagger y cerveza en las jarras que usa mi madre para guardar el agua.





Reconozco que NO pude votar a Edurne. Era la primera vez que estaba fuera de España en Eurovisión, y los ingleses me torpedearon para que no pudiera llamar ni mandar sms. Hay un amaño importante en este sentido. Pero bueno, disfruté diciéndole a un aficionado del ManU que De Gea se iba a Madrid porque echaba de menos a su girlfriend. Y de regalo, les dábamos a Bale. Se indignó completamente, como si Gareth fuera Faubert en sus peores tiempos.

Después nos fuimos al Regal -creo que se llamaba-, una especie de Discoteca elegante pero plagada de guiris borrachos. Lo mejor eran los camareros, casi todos disfrazados. Uno iba de soldado imperial de Star Wars, otro de Gandalf... y estos de la foto, ni puñetera idea.



Llegamos a casa después de que un taxi conducido por un colombiano nos pusiera 'Dime si conmigo quiereh hacer travesurah' y tras parar en un cajero que no nos dejó sacar dinero -le pagamos en euros-. Esperamos una hora a que llegara Fenoll, que había ido a por la bici -y a comer algo en el McDonald. Caímos rendidos a la espera de un nuevo día, éste del que estamos disfrutando ahora mismo. El viaje no empieza nada mal.