No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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miércoles, 21 de octubre de 2015

Un año en Madrid


Madrid es un despertar temprano, o tardío, dependiendo del turno que tengas en el trabajo. Es mirar por el balcón y ver las dos torres Kio, en su majestuosidad, vigilándolo todo en pleno centro de la Castellana. Es ver el asfalto recubierto de hojas marrones, caídas por el otoño, que empezó hace mucho más tiempo que en cualquier lugar donde haya vivido antes.

Madrid es bajar el ascensor con alguien a quien no has visto en tu vida. Aunque lleves un año en el edificio. Es ver a los vecinos de enfrente una vez cada cuatro meses, y seguir tan sonrientes como siempre. O es ver a ancianos molestos por las prisas de jovenzuelos como nosotros, que nos ceden el paso casi malhumorados, mientras el portero del fin de semana te saluda como si fuera Chewaka.

Madrid es mucha gente. Muchas personas. Por todas partes. Y muchos coches. Es ser incapaz de pasar la Avenida en semáforo rojo. Yo, que me he saltado incontables. Es bajar las escaleras del metro mientras escuchas de fondo el "Buenos días, señor" del hombre negro que vende pañuelos en la esquina del Delina's. Es sonreír porque en el panel pone que queda un minuto, o morir de rabia cuando las puertas del metro se cierran en tus mismísimos morros.

Madrid es un calor tremendo en verano y un frío que te sacude el cuerpo en invierno. Es vivir de cambios de temperatura constantes, porque en todo establecimiento hay calefacción o aire acondicionado. Es llover, relampaguear, granizar o nevar cuando menos te lo esperes. Es poder dibujar 'Callosa de Segura' en el suelo y salir en Telecinco gritando como un animal.

Madrid es ir a Valdeacederas a comprar al Mercadona. O una bombilla en la Ferreteria. O pollo de campo -y no del terreno- en el 'Mercado de las Maravillas'. Es comer en el Telepizza los martes (locos), tapear en los 100 Montaditos el miércoles y cenar en el TGB los jueves -o comer, o las dos cosas-. Es hincharte a comer en el Tigre hasta que no puedas más. Y luego ir en busca de un pub donde no te ofrezcan chupitos de licor de melocotón.

Madrid es ir a comprar el pan y encontrarte con Helen Lindes. Ir al Bernabéu y subir las escaleras del Metro junto a Víctor Sánchez del Amo. Es esperar la cola para entrar a un concierto y saludar a Miki Nadal. Es pasear por Gran Vía y ver a un humorista comprando ropa interior en Lefties, o a Garbajosa cenando con su mujer en una mesa al aire libre. Es llegar a Sol y encontrarte una manifestación de cualquier -repito, cualquier- cosa: Bomberos cabreados, izquierdistas resignados, franquistas Anti-Podemos, empresarios desempleados, jóvenes en paro, mujeres contra el maltrato, homosexuales contra la Iglesia o protestantes contra el efecto invernadero.

Madrid es ver los típicos sitios de siempre y enamorarte de ellos. De una puesta de sol en el Retiro, de un bocata de calamares en la Plaza Mayor, de un paseo en el Teleférico, de una foto en el Palacio Real, de unas tostas en el Rastro, de una celebración en Cibeles. Pero también es descubrir, porque a esta ciudad nunca dejas de descubrirla. Las maravillosas vistas desde las Tetas de Vallecas, un té en 'La Ciudad Invisible', una pinta en un pub irlandés de primera categoría o unos chopitos de lujo en las callejuelas paralelas a la Puerta del Sol.

Madrid es un sueño. Es todavía no creer que estás allí, y menos un año. Es poder hacer lo que quieras. Es poder hacer lo que más te gusta, y poder perseguir las ilusiones que tenías de niño. Es sentirte el rey del mundo. Es disfrutar cada segundo con tus compañeros, con tus amigos, con aquellos familiares que te visitan, con ella. Es coger un tren en Atocha y contar los minutos para volver. Es querer vivir aquí toda la vida. Ojalá.

jueves, 15 de octubre de 2015

Chutes en vena de mi tierra


No he tenido mucho tiempo -y menos que voy a tener- para escribir en este blog en los últimos meses, y me odio por ello. Pero no puedo dejar escapar la oportunidad de decir, casi a las dos de la madrugada, que estos días que he pasado en Callosa me han dado la vida.

Adoro Madrid, siempre he querido vivir aquí y creo que siempre querré. Pero necesitaba unas mini-vacaciones, una pequeña desconexión, estar varios días en casa, en mi casa, con mi familia y amigos, y dejar de sentir el bullicio de tanta gente desconocida para disfrutar de la paz que supone vivir en un municipio de apenas 20.000 habitantes.

En uno diez días he hecho de todo, por cierto. Desde defender una propuesta por el futuro de CDS Noticias en un escenario a recoger mi título de Graduado en Periodismo. Desde aprender a hacer calamares rellenos a ver las películas de 'Cómo entrenar a tu dragón'. Desde volver a sentir lo que es jugar al FIFA a recordar lo mortífero que puede ser subir al pico más alto de la Sierra. Desde quedar con la gente a la que más quieres, a recrear festejos únicos con los tuyos.

Sí, se me ha hecho hasta raro volver a la capital. Y eso que al asomarme una vez más al balcón del noveno piso del 205 del Paseo de la Castellana, y notar el frío y la inmensidad de Madrid, he vuelto a sonreír, porque sé que este es mi sitio. Pero necesito chutes en vena de mi tierra cada cierto tiempo. No lo puedo evitar. Y nunca lo evitaré.