No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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jueves, 31 de julio de 2014

SCARBOROUGH 3: Doble Filo



Lo que voy a relatar es la historia extraída de unas exhaustivas conclusiones a raíz de una extensa investigación sobre el pueblo inglés en el que estoy viviendo y que recibe el nombre de Scarborough -si es que lo he escrito bien-. Bueno, en realidad es una serie de observaciones superfluas, pero qué más da. Al menos he encontrado la manera de poner las tildes en el teclado.

Scarborough, como ya dije, te da la primera impresión de pueblecito en la costa en el que se vive un remanso absoluto de paz. Lo cierto es que hay zonas espectaculares para ello, desde un complejo de Spa que se anuncia en un cartel cada cien metros hasta grandes zonas donde se respira naturaleza  por los cuatro costados. Incluso sobre las ocho de la tarde, momento en el que la inmensa mayoría de la población se encuentra ya inmersa en un profundo sueno -no, no he encontrado todavía la manera de poner la N de EspaNa-, se puede pasear por las calles escuchando poco más que la brisa de la playa o los graznidos de las doscientas mil gaviotas que pueblan este lugar.

Y además, las vistas de Scarborough son magníficas. Ya dije que todo sitio en el que me encantaría vivir debería tener naturaleza y mar. Aquí puedes pasear por sendas plagadas de vegetación -más propia de las Amazonas- y acabar en la playa, o subir a un castillo y contemplar el hermoso paisaje que dibujan los bellos prados, con las casitas británicas a lo lejos y el mar de fondo. Sí, uno querría despertarse con esa visión todas las mananas -sí, maNanas-.

Y a los que dicen que no se puede hacer nada en este "pueblo de jubilados", os diré que Scarborough está plagado de supermercados, centros comerciales, parques, feria, playa y abundantes sitios de comida rápida. Pero sobre todo bares. Y una estupenda librería en la que estoy ahora mismo y en la que tengo que cambiarme de ordenador cada media hora para poder seguir gorroneando Internet.

Ahora, al igual que el doctor Jekyll y el señor Hyde, Scarborough tiene un lado oscuro, casi siniestro. Empezando por las gaviotas que te miran fíjamente a los ojos posadas en una papelera mientras tiras un envoltorio. Siguiendo por lo negro que se vuelve todo por la noche, cuando parece que las nueve son las cuatro de la manana en cualquier lugar del mundo. El ambiente es desolador, y no es difícil encontrarte con gente chunga y tener miedo. El otro día iba a TESCO y para entrar tienes que hacer un laberinto de cojones. Yo ya pensaba que era una trampa de dos tipos con chupa que iban detras de mí y querían extraerme los órganos.


En Scarborough hay decenas de contenedores por calle y presumen de tener los jardines cuidados y los puentes recién pintados. Pero, como podemos ver en la foto, hay rincones que dejan mucho que desear.

Sí, este parece un lugar tranquilo, pero aquí hay movimiento contínuo mientras el sol esté en lo alto. A veces hay que esperar hasta diez minutos para pasar de una calle a otra. Aparecen coches por todas partes. Hay cruces enormes en los que no hay semáforos y en la acera se ven calaveras de gente que murió esperando para pasar.

Y luego, a cada hora, uno de esos coches es una ambulancia o un furgón policial. Es verdad que he visto en películas cómo bomberos rescatan a gatitos en las copas de los árboles, pero no creo que lleguen a ese punto -o sí-. El caso es que aquí a cada rato pasa algo. El otro día, hubo una pelea en un bar y la policía acudió para obligar al que había empezado a que pidiera perdón. Éste lo hizo y los agentes se retiraron sin detener a nadie. Ah, y uno de los primeros carteles que leí nada más llegar fue uno de la comisaría de Scarborough, que avisaba de la búsqueda de un hombre por triple asesinato. Casi nada.

La delincuencia aquí es un hecho, y parece que no se llevan a cabo las medidas pertinentes para detenerla. En lugar de eso, se obliga a pedir perdón y se empenan -sí, empeNan- en construir calles sin salida para que cualquiera se despiste y acabe en las manos de la mafia inglesa.

Aunque el mayor crimen, y ya hablo en general de todo Reino Unido, es el de cobrar comisión cada vez que se saca dinero de la tarjeta. Mira que EspaNa hace cosas mal, pero por lo menos si voy a mi banco no tengo que pagar por extraer efectivo de mi cuenta. Aquí te roban los ladrones y las empresas.

Capítulo 1: Otro Mundo
Capítulo 2: La Vida al Revés

miércoles, 30 de julio de 2014

SCARBOROUGH 2: La vida al revés



¿He dicho ya que Scarborough –sigo sin saber si está bien escrito- es un pueblo atípico? Está a más de 2400 kilómetros de Callosa, en la costa del condado de Yorkshire, al norte de Inglaterra. Ya conté mi odisea para llegar al ‘culo del mundo’. Mi primera impresión fue la de un pueblecito plagado de jubilados que agotan sus vacaciones en un lugar tranquilo, con colinas y playa –todo lo que un buen sitio en el que vivir debe tener- y poco movimiento. Pero lo cierto es que lo hay, aunque con algunas connotaciones.

Porque hay que tener claro que en Scarborough, y aquí puedo incluir también a todo Reino Unido, la gente tiene un concepto del tiempo muy diferente al nuestro. Aquí amanece a las cinco de la mañana, se come sobre las doce, y se cena sobre las seis de la tarde. Las tiendas cierran, como muy tarde, entre las 17:30 y las 18 h. El otro día fui a un supermercado veinticuatro horas sobre las 21:30, y el ambiente era desolador. Luces medio encendidas, los dependientes recogiendo y limpiando, cosas tiradas por el suelo y la peor gente de los suburbios llevándose los productos que todavía quedaban en los estantes.

Sin embargo, aquí hay muchos bares –aunque la mayoría cierran sobre las once de la noche- en los que te puedes beber una buena pinta mientras rapiñas un poco de Wifi. Porque hay que decir que en el piso en el que estoy viviendo no hay internet, y para poder conectarme tengo que 1. Encender la itinerancia de datos, por la cual me púan vivo. 2. Ir al bar de la esquina, el Cast Inn, donde tuve que hacerme una cuenta, al igual que en el MacDonalds o 3. Ir al colegio y gorronear en la cafetería, donde ahora mismo estoy yo solo, con el ordenador, un enchufe y dos kit-kat de la máquina en el buche.

¿Qué como? Por ahora, me alimento con lo que pillo. Soy un cazador nato. Nada más llegar el viernes fuimos a un italiano –porque aquí no es conveniente ir a un restaurante inglés, si es que hay- donde disfruté de un sensacional plato de espaguetis con salsa carbonara. Al día siguiente, las simpatiquísimas callosinas que están estudiando aquí me invitaron a otro plato de pasta con carbonara para comer. Para cenar, una deliciosa tortilla hecha por Carmen María. Great. Y el domingo, en Liverpool, comida basura. Un Subway y un Burguer King. El lunes, una sopa de pasta con pollo y para cenar, una doble cheese burguer. Todavía no he probado las gigantescas bandejas de patatas y carne o pescado de las que se alimentan, por unanimidad, todos los ingleses que acuden a la playa no a bañarse, sino a hacer picnic. No sé si es solo una impresión, pero aquí la gente está gorda, muy gorda, y en muchos casos, obesa.

¿Y dónde vivo? Recuerdo aún mis primeras palabras nada más entrar en mi nuevo hogar: “¿Esto es el piso?”. Un habitáculo con dos camas, cocina y maletas tiradas por el suelo. Dormí en una colchoneta inflable el primer día. Para lavar la ropa, un cachumbo en el fregadero. El aseo, en el pasillo. Y doy gracias de que Pilar me deja su adaptador para enchufar el ordenador o cargar el móvil. Olvidé por completo que en este país de locos todo funcional del revés. Conducen por la izquierda, los botellones son a las siete de la tarde y los enchufes tienen tres palitos en lugar de dos. Fuck.

Hablando de discotecas, el viernes acabamos en una que cerraba a la 1:30 –para ellos, como si amaneciera- y pudimos ver que a esas horas intempestivas te puedes encontrar a la gente más extravagante posible: un tipo con una camiseta de tirantes que se volvía loco bailando, otro que daba saltos de un lado para otro en la pista, como si fuera un grillo; y una mujer de sesenta años con un escote que casi le llegaba al ombligo y que le restregaba las tetas a un hombre que parecía un vaquero del viejo Oeste. Claro que las que partían la pana eran las callosinas, por supuesto.

Ah, lo más importante que todavía no he dicho de Scarborough: está infestado de gaviotas. Gaviotas del tamaño de portaviones. Gaviotas que no se callan en todo el día. Gaviotas que parece que están pariendo y que incluso en el silencio más profundo puedes oírlas. ¡Ahora mismo las oigo! Gaviotas que, si quisieran, ya habrían dominado esta ciudad. Son gigantescas y nos superan en número. Vivo con el miedo de que se declaren en rebeldía y nos maten a todos.



martes, 29 de julio de 2014

SCARBOROUGH 1: Otro mundo


Ni siquiera sé si, todavía, he escrito bien el nombre del pueblo de la costa inglesa en el que estoy viviendo estos días. Scarborough es atípico, lugareño, con unas vistas preciosas y mucho –aunque no lo parezca- movimiento. No obstante, empecemos por el principio.

¿Qué hago yo en el culo del mundo? Pues resulta que un día mi prima Loles –profesora de inglés- me dijo si quería venir con ella a Inglaterra este verano, que había sitio para uno más y solo tenía que pagar el viaje. Me lo pensé unos segundos y acepté. Estoy cansado de estar recluido en una minúscula parte del planeta que, además, tengo ya muy vista. No pensé en las condiciones –nadie me las dijo, pero tampoco las pregunté- ni en qué me iba a encontrar, tan solo quería salir de la monótona vida en Callosa de Segura.

No creí de verdad que iba a volver a Inglaterra hasta que tuve en mis manos la reserva de los billetes de avión. Desde 2006 –estuve en Londres tres semanas-  he tenido varias oportunidades para visitar el país del té, pero por unas u otras razones acabé desistiendo. Esta era la mía. Un día después de hacer el examen del B1 cogí un vuelo y me fui, solo, a la aventura.

Un vuelo que, dicho sea de paso, casi me deja en tierra. Hice una cola enorme para facturar, luego fui a comprar algo para comer porque tenía el estómago vacío –acabé eligiendo un sándwich de pollo con curry que me costó 6 euros- y cuando me lo dieron y le di tres o cuatro mordiscos, ya solo quedaba diez minutos para que cerraran la puerta de embarque.  Me hicieron sacar el ordenador de la mochila y desperdigar todas mis cosas en bandejas… quedaba cinco minutos para el cierre cuando avisé al controlador, que me ayudó a pasar como un rayo. Avancé por la señal de ‘puertas de embarque’ hasta aparecer en una tienda a tope de colonias, tabaco, prensa… pensé que me había equivocado, luego divisé una pantalla a lo lejos y múltiples carteles con sus puertas.

En la pantalla ponía que faltaba un minuto para el embarque en el vuelo a Manchester. Puerta 37. Salí como un bólido corriendo, encontré pronto dos carteles que incluían el número en cuestión, pero en la segunda, fruto de los nervios, se me olvidó el número. Tuve que volver a la pantalla y asegurarme: sí, era el 37. Entonces fui presa del pánico. En el vuelo de Manchester, ‘embarque’ se había convertido en ‘boarding’. No, yo no tenía ni idea de que era la traducción en inglés. Creí entender que se trataba de algo parecido a ‘a bordo’ y que ya no podía entrar. Afortunadamente, estaba en un error. Cuando llegué a la puerta, sudado como un pollo, había una cola de mil demonios. El avión seguía esperando a sus pasajeros.

Por mi cabeza solo pasaba la idea de que en cualquier momento podían echarme y mandarme a casa. Por llegar tarde, por no tener bien los papeles, por equivocarme de avión, por no llevar pasaporte –todo el mundo lo llevaba-, por llevar mucho peso en la mochila de mano…  Ya en el avión, descubrí que no comprar tu asiento implica sentarte en el medio de una fila de tres. A la izquierda, una mujer tatuada que no dejaba de comer. A la derecha, una señora que leía un libro que parecía interminable. Todo el mundo hablaba ya en inglés. Hasta las azafatas.

No entendí ni pajolera idea de lo que se dijo por megafonía. Al final, solo las medidas de seguridad las tradujeron al español. Me pasé las tres horas de vuelo escuchando música, tratando de leer un libro del Trabajo de Fin de Grado y mirando a las musarañas. La mujer que no dejaba de comer me dio apetito con una napolitana gigante de jamón y queso que se pidió, y quise sacar lo que me quedaba de sándwich de la mochila. Pero al meterlo a toda prisa antes de pasar el control de seguridad, estaba totalmente despachurrado entre mis cosas. Todavía quedan restos.


En realidad, los aviones no me ponen nervioso. No me pesaron los últimos accidentes aéreos, e incluso el despegue estuvo guay. Sin embargo, tenía un miedo atroz a que por tener el móvil encendido el avión, ya en el aire, cayera desplomado como un saco de patatas. Respiré cuando pasaron varios y largos minutos.

El aterrizaje fue bastante más estruendoso. No recordaba la experiencia de ir en avión -no cogía uno desde hacía ocho años-y entre que las noticias recordaban los últimos desastres y que la última serie que vi fue ‘Perdidos’, reconozco que por un momento se me subieron los huevos a la garganta. Segundos después, pusieron una música extravagante para anunciar la llegada a Manchester. Cuando fuimos a salir, comunicaron un mensaje por megafonía. Solo entendí “sorry”, “few minutes” y “apologize”. Es decir, algo no iba bien. Mi paranoia no desapareció hasta que pude bajar las escaleras tras un viaje de infarto.

Lo de los trenes sí que fue de risa. Compré un billete para ir a Scarborough, y me dieron uno en el que tenía que hacer trasbordo en York. Tenía que coger el de Middlesbrough, a la 13:33, en la vía 3A. En punto, a la 13:33 en la 3A, apareció un tren. Menos mal que pregunté antes de subirme: no iba a Middlesbrough. Busqué la pantallita y resulta que el tren había cambiado de vía y de hora. Dichosos ingleses.

Lo mejor es que monté en el tren correcto, y no lo supe hasta que llegué a York. Porque primero le dio por ir para atrás –como hace el cercanías con dirección a Alicante en San Gabriel- hasta Manchester Picadilly, y luego parecía que volvía a su lugar de origen. Pero me llevó derechito a mi destino, donde se suponía que en veinte minutos salía un tren hacia Scarborough. Se retrasó 35 minutos de la hora. En ese tiempo, aproveché para comer un deliciosa ‘British Cumberland’ con queso, un ingrediente secreto el cual no conseguí averiguar y cebolla caramelizada.


Llegué al pueblo sobre las 17 h, muerto perdido, tras haber cogido un vuelo y dos trenes, tras hacer un examen del B1 y beber cerveza con los colegas por la noche. Tras haber dormido seis horas de las últimas 48. Pero valía la pena. Ya estaba allí, en otra parte. En otro mundo.


jueves, 10 de julio de 2014

Un viaje improvisado



Lunes, las nueve y trece minutos de la mañana. Abro un ojo y miro, de forma instintiva, la luz parpadeante del móvil. Lo desbloqueo y me encuentro con un Whatsapp de José que decía: "Loco, ¿si te dejan entrar (al hotel), te vendrías esta noche?".

Se refería a Madrid. José tenía que hacer un programa especial en El Escorial en un encuentro de radios universitarias organizado por ARU. Como tenía que ir el miércoles a la entrevista en el máster de Marca, me comentó si tenía las agallas de coger un tren, colarme en el hotel cinco estrellas en el que se alojaban él e Iván -otro chico de mi clase- y disfrutar de tres días apasionantes en la capital.

Cuando leí el mensaje, seguí durmiendo. No pensé siquiera en la magnitud de su pregunta. Estaba acalorado y tenía los pies destrozados de roceduras y picotazos de mosquitos. Tenía que ir a la academia de inglés, pero era imposible levantarme -sorry, Ginés-. Además, todavía no había superado la fiesta de Graduación del viernes pasado. Cuando me levanté a media mañana porque tenía que ir a comprar al Mercadona, empecé una conversación larguísima en la que José me insistía en que fuera y yo no paraba de buscar problemas.

Entonces, tomé una de las decisiones más impulsivas de mi vida. A las seis de la tarde estaba subido en un AVE destino a Madrid tras comprar los billetes en la misma estación y sin saber siquiera dónde iba a dormir. El tren tardó solo dos horas en llegar. Me monté en un metro y acabé en la Puerta del Sol -que ahora se llama 'Vodafone Sol'- y en unos minutos aparecieron José e Iván a recibirme. Era todo muy descabellado, pero en ese momento me sentí el rey del mundo.

Fuimos a tomar algo al Lizarrán, después a cenar con Bea -otra compañera- en un bar del centro, y luego nos encaminamos al Escorial en un cercanías que tardó una hora en llegar al pueblo. Después, subimos una cuesta enorme, con maleta incluida, hasta que llegamos al fantástico hotel de cinco estrellas: Euroforum. Estaba cagado de miedo por si no podía entrar, pero el recepcionista ni me miró. Pude dormir, comer, colaborar con el programa y visitar el Escorial... ¡Todo gratis!


Quién me iba a decir que aquel martes iba a despertarme en la misma cama que José, en una habitación de hotel, y que en menos de una hora iba a entrevistar a Manuel Chamorro, ex médico del Real Madrid, en el programa especial citado para las 12 h. Fue alucinante estar allí, igual de alucinante que comer en un sitio de lujo, con una carne espectacular acompañada de deliciosas patatas y unos profiteroles de chocolate y canela. Eso sí, daba la sensación de que no encajábamos allí para nada. Todos los presentes eran pijos con traje, corbata y botox en la cara que cortaban con cuchillo y tenedor una aceituna -¡UNA ACEITUNA!-, mientras que nosotros eramos tres tíos de la Vega Baja paralizados por tales acontecimientos. No dábamos crédito.

Por la tarde, pusimos rumbo a Madrid. Es curioso el trayecto de El Escorial hasta la capital española. Pueblos variopintos, propios de haber participado en el Gran Prix -como 'Zorreras' o 'Pitis', y vistas semejantes a la sabana africana, con una multitud enorme de cervatillos campeando a sus anchas. Un paisaje idílico, vaya.

En Madrid, alquilamos una habitación en el Hostal 'Helena'. Justo enfrente de la plaza de Callao, con unas vistas impresionantes. Solo nos costó 10 euros, pero lo que nos sorprendió fue el impresionante edificio que albergaba varios hostales, el nuestro en la novena y última planta. Nos atendió una señora, sudamericana, muy amable -sería Helena-. Esa misma tarde aprovechamos para visitar la capilla ardiente del Santiago Bernabéu, que albergaba el cuerpo de Alfredo Di Stéfano, recientemente fallecido.

El histórico, legendario y asombroso 1-7 que endosó Alemania a Brasil esa noche, pudimos verlo junto a Bea, Rubén -su novio- y Sandra -amiga de José- en un bar gallego en el que pedimos dos pintas y nos sirvieron, totalmente gratis: dos platos de ensalada de pimiento y boca de mar, un plato de paella, rollitos con salsa de curry y un postre típico de Bangladesh. Sí, era un bar gallego, pero la multiculturalidad, como en todo Madrid, era alucinante.

Después, paseamos un rato por Chueca -zona conocida por su proliferación de homosexuales-, donde nos invitaron a varios garitos gays -todavía recuerdo un relaciones públicas que nos dijo: "Aquí hay de todo: mariconeo, lesbianeo, heteromeneo (no sé que dijo exactamente)... para que os pongáis bien calentitos". Muerte. Acabamos en un McDonalds con un sandy y un McFlurry y volvimos a la habitación después de que nos acosaran a tarjetas de cabarets, locales de striptease y prostíbulos. La noche madrileña, vaya.


Y yo, al día siguiente, tenía la entrevista en Marca. José me acompañó en metro a Hortaleza, donde estaba la sede de Unidad Editorial. Tras unas cuantas dificultades para entrar, nos dieron acreditaciones y pude encontrar a Maria Jesús, con la que ya había contactado por correo electrónico. Hice dos pruebas: un test de actualidad y una redacción sobre las causas del fracaso español en el Mundial de Brasil. Después, una pequeña entrevista con la coordinadora del Máster y un ex coordinador que más tarde nos enseñó la redacción de Marca. Allí estaban periodistas conocidos como Nacho Labarga, José Rodríguez o nada menos que Marcos López. Flipé al verle, mientras para el resto pasaba totalmente desapercibido. Nos regalaron el MARCA del día ('Humillaçao Mundial) y nos pudimos echar fotos en la sala de reuniones, con la 'M' que caracteriza al medio. Sin duda, un día para recordar toda la vida.

Cuando volvimos al hostal, Helena nos echó una bronca tremenda: resulta que tuvo que sacar todas nuestras cosas porque a las 12 h debíamos dejar la habitación, que ya estaba reservada para dos chicas. Pedimos disculpas y nos comprometió a volver lo antes posible. Poco después, cogimos el metro hasta Atocha, para comer en el Burguer y volver a casa.

Creo que nunca había pasado tanto tiempo en Madrid. Tampoco había viajado tanto en metro, ni subido y bajado tantas escaleras. No había visto tanta gente de un lado para otro, gente de diversas razas y culturas. Gente que cantaba flamenco en el metro a cambio de monedas, o pedía limosna por no tener dedo o tener la mano rota. Madrid es las dos caras de una misma moneda. Es encontrarte a Adriana Abenia en plena Puerta del Sol grabando un spot, y al mismo tiempo ver parados que pedían la voluntad a cambio de pañuelos. Es un guitarrista tocando playback en las escaleras del metro o Sweet California tocando en la puerta del Santiago Bernabéu.

Estos tres días me han devuelto mi espíritu aventurero, me he demostrado que soy capaz de hacer cosas que ni imaginaba, y me ha recordado, como cada vez que visito Madrid, lo más importante: que quiero vivir en esa ciudad, y estoy a unos centímetros de conseguirlo.


domingo, 6 de julio de 2014

25 apuntes de una noche inolvidable


1. A Dios pongo por testigo que esta fue una de las mejores noches de mi vida.
2. Nunca pensé que el acto de la Graduación iba a ser emocionante y reflexivo.
3. Fue tan bueno que, por momentos, se me olvidó que se estaba jugando un Francia-Alemania.
4. Gran acierto el vídeo de Jordi Évole, elegido por José Luis González.
5. Gran -enorme- discurso de Miguel Carvajal, no sólo porque nombró a ¡Córrete la Banda! sino porque fue original, divertido, pedagógico y estimulante. Un lujo.
6. Empezó con el micro en el suelo, pero nuestro padrino, Gonzalo del Prado, lo bordó. Genial con sus frases cinéfilas que nos transmitieron la ilusión por seguir adelante.
7. El momento de coger el diploma, con los pelos de punta. Se me pasó de golpe cuando vi que era 'de 2013'.
8. De lo que más ganas tenía de aquel acto era del vino de honor. Mi padre me lió y no probé bocado. Lo compensé con dos cervezas rápidas.
9. Un enorme GRACIAS a los familiares y amigos que fueron a ver mi Graduación. Sentí vuestro apoyo en todo momento. Las cosas son más fáciles junto a ellos.
10. Gracias de antemano a mi tutor del TFG si se olvida de los bochornosos espectáculos durante la cena.
11. Una cena deliciosa en el 'Dátil de Oro'. El filete con salsa a la pimienta y las gambas rebozadas, lo mejor.
12. Pude compartir esa cena con mis cuatro compañeros de ¡Córrete! a los que agradezco cuatro años maravillosos junto a ellos. Esta experiencia ha sido inolvidable.
13. Era el cumpleaños de uno de ellos. Su cara, emocionada al encender las luces y darle un pastel con una vela encendida, no tiene precio alguno. Muchas felicidades de nuevo, señor Berenguer.
14. También pude compartir mesa con algunas de las maravillosas personas que he conocido en estos cuatro años: Judith, Sharon, Alba, Maripili, Lorena... ah, y su novio. ¡Un gran tipo!
15. Hablar de bochornos es subirte a una silla y cantar la saeta porque el profesor que te aprobó a la cuarta 'Diseño Periodístico' prácticamente te obligó a ello. Hay dos vídeos circulando por ahí.
16. Hablar de bochornos es subir a los hombros de José y estar a punto de estamparte contra la mesa.
17. Hablar de bochornos es cantar 'Callosa alé, Callosa alé, Callosa alé' y que te responda el salón entero: ¡EA, EA, EA, CALLOSA ES UNA ALDEA! Mítico.
18. Disfrutar tanto que no enterarte hasta el minuto 85 de que hay una televisión fuera dando el Brasil-Colombia. Solo pudimos ver la desagradable lesión de Neymar. Y nosotros despotricando de que estaba fingiendo.
19. Un día es más especial si el camarero ya sabe lo que tiene que dar casi sin decírselo. Perdí la cuenta de las cervezas que me bebí.
20. Salir fuera con una de ellas y encontrarme con grupis de Auryn acampando para un concierto que daban en Elche. Me pidieron que les sacara alcohol de la fiesta. Agradecieron la cerveza que les di.
21. Habría sido una gran fiesta de todas formas, pero que Carlos, Fenoll y Javi aparecieran por allí la hizo todavía más espectacular. Gracias por haber compartido con nosotros una noche mágica.
22. Yo siempre digo que una fiesta tiene todo lo que debe tener si el DJ pone una canción de Melendi. Doy gracias a Carlos de que le dijera que era mi cumpleaños, y que me hacía ilusión.
23. Me pasé media noche hablando con compañeros con los que hacía tiempo que no hablaba o que lo había hecho muy contadas veces. Lástima tener algunas lagunas, pero ver a toda una generación unida aquella noche fue como formar parte de una familia.
24. Podría tirarme horas hablando de cada una de las magníficas personas que he conocido estos años, por eso simplemente quiero agradecer su amistad, que guardo para siempre como un tesoro: Ana, Inés -nunca os lo digo, pero cómo os quiero-, Sole, Nico, Julián, Aitor, Miriam, Ana Garcés, María, Nuria... y un largo etc. Orgulloso de pertenecer a la misma orla que vosotros.
25. No sé a qué hora llegué a la fiesta en la discoteca, solo sé que se me hizo corta. Corta porque no quería que acabara, como he dicho al principio, una de las mejores noches de mi vida.