¿He dicho ya que Scarborough –sigo
sin saber si está bien escrito- es un
pueblo atípico? Está a más de 2400 kilómetros de Callosa, en la costa del
condado de Yorkshire, al norte de Inglaterra. Ya conté mi odisea para llegar al
‘culo del mundo’. Mi primera impresión fue la de un pueblecito plagado de
jubilados que agotan sus vacaciones en un lugar tranquilo, con colinas y playa –todo
lo que un buen sitio en el que vivir debe tener- y poco movimiento. Pero lo
cierto es que lo hay, aunque con algunas connotaciones.
Porque hay que tener claro que en
Scarborough, y aquí puedo incluir también a todo Reino Unido, la gente tiene un
concepto del tiempo muy diferente al nuestro. Aquí amanece a las cinco de la
mañana, se come sobre las doce, y se cena sobre las seis de la tarde. Las
tiendas cierran, como muy tarde, entre las 17:30 y las 18 h. El otro día fui a
un supermercado veinticuatro horas sobre las 21:30, y el ambiente era
desolador. Luces medio encendidas, los dependientes recogiendo y limpiando,
cosas tiradas por el suelo y la peor gente de los suburbios llevándose los
productos que todavía quedaban en los estantes.
Sin embargo, aquí hay muchos
bares –aunque la mayoría cierran sobre las once de la noche- en los que te
puedes beber una buena pinta mientras rapiñas un poco de Wifi. Porque hay que
decir que en el piso en el que estoy viviendo no hay internet, y para poder
conectarme tengo que 1. Encender la itinerancia de datos, por la cual me púan
vivo. 2. Ir al bar de la esquina, el Cast Inn, donde tuve que hacerme una
cuenta, al igual que en el MacDonalds o 3. Ir al colegio y gorronear en la cafetería,
donde ahora mismo estoy yo solo, con el ordenador, un enchufe y dos kit-kat de
la máquina en el buche.
¿Qué como? Por ahora, me alimento con lo que pillo. Soy un
cazador nato. Nada más llegar el viernes fuimos a un italiano –porque aquí no
es conveniente ir a un restaurante inglés, si es que hay- donde disfruté de un
sensacional plato de espaguetis con salsa carbonara. Al día siguiente, las simpatiquísimas
callosinas que están estudiando aquí me invitaron a otro plato de pasta con
carbonara para comer. Para cenar, una deliciosa tortilla hecha por Carmen
María. Great. Y el domingo, en Liverpool, comida basura. Un Subway y un Burguer
King. El lunes, una sopa de pasta con pollo y para cenar, una doble cheese
burguer. Todavía no he probado las gigantescas bandejas de patatas y carne o
pescado de las que se alimentan, por unanimidad, todos los ingleses que acuden
a la playa no a bañarse, sino a hacer picnic. No sé si es solo una impresión,
pero aquí la gente está gorda, muy gorda, y en muchos casos, obesa.
¿Y dónde vivo? Recuerdo aún mis primeras palabras nada más
entrar en mi nuevo hogar: “¿Esto es el piso?”. Un habitáculo con dos camas,
cocina y maletas tiradas por el suelo. Dormí en una colchoneta inflable el
primer día. Para lavar la ropa, un cachumbo en el fregadero. El aseo, en el
pasillo. Y doy gracias de que Pilar me deja su adaptador para enchufar el ordenador
o cargar el móvil. Olvidé por completo que en este país de locos todo funcional
del revés. Conducen por la izquierda, los botellones son a las siete de la tarde
y los enchufes tienen tres palitos en lugar de dos. Fuck.
Hablando de discotecas, el viernes acabamos en una que
cerraba a la 1:30 –para ellos, como si amaneciera- y pudimos ver que a esas
horas intempestivas te puedes encontrar a la gente más extravagante posible: un
tipo con una camiseta de tirantes que se volvía loco bailando, otro que daba
saltos de un lado para otro en la pista, como si fuera un grillo; y una mujer
de sesenta años con un escote que casi le llegaba al ombligo y que le
restregaba las tetas a un hombre que parecía un vaquero del viejo Oeste. Claro
que las que partían la pana eran las callosinas, por supuesto.
Ah, lo más importante que todavía no he dicho de Scarborough: está
infestado de gaviotas. Gaviotas del tamaño de portaviones. Gaviotas que no se
callan en todo el día. Gaviotas que parece que están pariendo y que incluso en
el silencio más profundo puedes oírlas. ¡Ahora mismo las oigo! Gaviotas que, si
quisieran, ya habrían dominado esta ciudad. Son gigantescas y nos superan en
número. Vivo con el miedo de que se declaren en rebeldía y nos maten a todos.
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