No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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miércoles, 30 de julio de 2014

SCARBOROUGH 2: La vida al revés



¿He dicho ya que Scarborough –sigo sin saber si está bien escrito- es un pueblo atípico? Está a más de 2400 kilómetros de Callosa, en la costa del condado de Yorkshire, al norte de Inglaterra. Ya conté mi odisea para llegar al ‘culo del mundo’. Mi primera impresión fue la de un pueblecito plagado de jubilados que agotan sus vacaciones en un lugar tranquilo, con colinas y playa –todo lo que un buen sitio en el que vivir debe tener- y poco movimiento. Pero lo cierto es que lo hay, aunque con algunas connotaciones.

Porque hay que tener claro que en Scarborough, y aquí puedo incluir también a todo Reino Unido, la gente tiene un concepto del tiempo muy diferente al nuestro. Aquí amanece a las cinco de la mañana, se come sobre las doce, y se cena sobre las seis de la tarde. Las tiendas cierran, como muy tarde, entre las 17:30 y las 18 h. El otro día fui a un supermercado veinticuatro horas sobre las 21:30, y el ambiente era desolador. Luces medio encendidas, los dependientes recogiendo y limpiando, cosas tiradas por el suelo y la peor gente de los suburbios llevándose los productos que todavía quedaban en los estantes.

Sin embargo, aquí hay muchos bares –aunque la mayoría cierran sobre las once de la noche- en los que te puedes beber una buena pinta mientras rapiñas un poco de Wifi. Porque hay que decir que en el piso en el que estoy viviendo no hay internet, y para poder conectarme tengo que 1. Encender la itinerancia de datos, por la cual me púan vivo. 2. Ir al bar de la esquina, el Cast Inn, donde tuve que hacerme una cuenta, al igual que en el MacDonalds o 3. Ir al colegio y gorronear en la cafetería, donde ahora mismo estoy yo solo, con el ordenador, un enchufe y dos kit-kat de la máquina en el buche.

¿Qué como? Por ahora, me alimento con lo que pillo. Soy un cazador nato. Nada más llegar el viernes fuimos a un italiano –porque aquí no es conveniente ir a un restaurante inglés, si es que hay- donde disfruté de un sensacional plato de espaguetis con salsa carbonara. Al día siguiente, las simpatiquísimas callosinas que están estudiando aquí me invitaron a otro plato de pasta con carbonara para comer. Para cenar, una deliciosa tortilla hecha por Carmen María. Great. Y el domingo, en Liverpool, comida basura. Un Subway y un Burguer King. El lunes, una sopa de pasta con pollo y para cenar, una doble cheese burguer. Todavía no he probado las gigantescas bandejas de patatas y carne o pescado de las que se alimentan, por unanimidad, todos los ingleses que acuden a la playa no a bañarse, sino a hacer picnic. No sé si es solo una impresión, pero aquí la gente está gorda, muy gorda, y en muchos casos, obesa.

¿Y dónde vivo? Recuerdo aún mis primeras palabras nada más entrar en mi nuevo hogar: “¿Esto es el piso?”. Un habitáculo con dos camas, cocina y maletas tiradas por el suelo. Dormí en una colchoneta inflable el primer día. Para lavar la ropa, un cachumbo en el fregadero. El aseo, en el pasillo. Y doy gracias de que Pilar me deja su adaptador para enchufar el ordenador o cargar el móvil. Olvidé por completo que en este país de locos todo funcional del revés. Conducen por la izquierda, los botellones son a las siete de la tarde y los enchufes tienen tres palitos en lugar de dos. Fuck.

Hablando de discotecas, el viernes acabamos en una que cerraba a la 1:30 –para ellos, como si amaneciera- y pudimos ver que a esas horas intempestivas te puedes encontrar a la gente más extravagante posible: un tipo con una camiseta de tirantes que se volvía loco bailando, otro que daba saltos de un lado para otro en la pista, como si fuera un grillo; y una mujer de sesenta años con un escote que casi le llegaba al ombligo y que le restregaba las tetas a un hombre que parecía un vaquero del viejo Oeste. Claro que las que partían la pana eran las callosinas, por supuesto.

Ah, lo más importante que todavía no he dicho de Scarborough: está infestado de gaviotas. Gaviotas del tamaño de portaviones. Gaviotas que no se callan en todo el día. Gaviotas que parece que están pariendo y que incluso en el silencio más profundo puedes oírlas. ¡Ahora mismo las oigo! Gaviotas que, si quisieran, ya habrían dominado esta ciudad. Son gigantescas y nos superan en número. Vivo con el miedo de que se declaren en rebeldía y nos maten a todos.



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