No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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lunes, 11 de agosto de 2014

Autos y Locos



El año pasado organizamos un Torneo 24 horas de fútbol sala, el cual tuvo una gran aceptación y conseguimos que fuera un evento muy especial. Este año quisimos repetir, pero no llegamos al número de participantes que esperábamos. Sin embargo, el mismo día que suspendimos el torneo, ya estábamos planeando el siguiente: una carrera de Autos Locos.

Cuando oí 'Autos Locos' por primera vez pensé en la serie de dibujos animados que de pequeño veía en Cartoon Network. Fue hace unas semanas cuando, sentados en el Pub LA CASA, hablamos de que ya se habían celebrado carreras en Cox y Redován. La competición consistía en crear tu propio coche sin motor y debía ser rápido y original. Además, la carrera tenía que celebrarse en una cuesta. Al día siguiente ya estábamos en el Ayuntamiento hablando con la Comisión de Fiestas para organizarlo.

Dicho y hecho. No nos pusieron ni un problema. Unos días después ya teníamos carteles, y entrábamos en el Programa de Fiestas. La concejal, Conchi Martínez, hablaba en los medios del éxito que había tenido en otros pueblos y que seguramente habría una alta participación. Sin embargo, dudo mucho que imaginara tal espectáculo que se armó en la Rambla Alta.

Alrededor de seis mil personas acudieron al evento a lo largo de su transcurso, quizá más. A las 15 h, ya estaba la Rambla despejada de coches, y en las siguientes horas la llenamos de vallas y cintas para que el público no sufriera ningún percance. La paja llegó después, y se colocó en los basureros y en el Santo. No hubo ni una sola persona que hablara de los 'Autos Locos' y no mencionara la "hostia que se van a pegar en el Santo". Por suerte, nadie se estampó contra uno de nuestros monumentos más preciados.

Sin embargo, sí hubo un percance, el único de toda la carrera: la Pantera Rosa, uno de los coches más preparados y que causó gran sensación al repartir al público 'Donuts' por doquier, perdió una rueda al final del trayecto y se estampó contra la ambulancia. Uno de ellos tuvo que ser trasladado al Centro de Salud y tuvimos un parón de más de media hora. Por suerte, el hombre está bien y solo sufre una contusión.


La participación fue una barbaridad: 10 autos y 9 triciclos, algunos de ellos muy originales y atrevidos. Desde dos militares con un mini 'jeep' hasta nueve callosinos -Los Sanroquines- vestidos de San Fermín perseguidos por un toro -se llevaron el premio al más original-. Desde el presidente del Centro Excursionista en pañales hasta un coche fantasma. Incluso hubo dos chalados que se tiraron con un carro y un cartel que decía: "No tenemos Auto, pero estamos locos". Los más rápidos fueron 'Los Bomberos', de Redován, al llegar a meta en 27,01 segundos -le sacó ocho al segundo clasificado-.

Nos lo montamos bien. Yo me coloqué arriba, lejos de todo el ruido, para dar la salida a coches y triciclos. Aquello era una fiesta: música, gente cantando, bebiendo y riendo. Debía soplar con un silbato al teléfono, con el que me comunicaba con José, que estaba abajo para cronometrar y avisar a nuestro speaker, el gran Big Man, que nos deleitó con sus excentricidades. Allí había una carpa y nuestros compañeros de Eventos La Casa que pusieron la música y amenizaron la espera de los coches hasta la meta.

Como premios, los ganadores se llevaron dos lotes de Especialidades Hidalgo valorados en 60 €, además de regalos para todos los participantes. Fue un verdadero placer, y una gran satisfacción el poder organizar un evento que ha maravillado tanto y que ha conseguido que mucha gente se lo pase bien. No hay nada que compre lo orgulloso que me sentía de recibir elogios por la organización del evento, después de un esfuerzo por hacer feliz a la gente en estas Fiestas. Gracias al Ayuntamiento, a Eladio, a Conchi Martínez, a la Policía Local -que nos pusieron mil pegas, pero dieron el callo-, a Protección Civil, a todos los que nos ayudaron antes, durante y después de la carrera y a todos los que la hicieron posible. Será un día para recordar toda la vida.


martes, 5 de agosto de 2014

SCARBOROUGH 5: Nostalgia, la gomina asesina y el falso Van Nistelrooy



Ahora lo echo de menos. Adoro Callosa, y me encanta estar con mi gente, y soy una de esas personas que llevan por bandera la frase 'Hogar, dulce hogar'. Como en casa, en ningún sitio. Sin embargo, uno cree que Scarborough, o una ciudad parecida, perfectamente podría convertirse en hogar. En un gran hogar.

Uno cree, además, que en Scarborough hemos dejado cosas pendientes. Que el tiempo ha pasado muy rápido, y que a pesar de lo que se dice, que es un pueblo en el que no se puede hacer nada, está lleno de vida. Y de naturaleza. Y lleno de posibilidades. Podría acostumbrarme perfectamente a una vida en la que tuviera que hablar inglés porque sí, en la que me levantara pronto -a las ocho toda Inglaterra tiene los ojos abiertos-, tomara unos huevos fritos con bacon y fuera a estudiar, trabajar, aprender. Comer a las 12 h, salir a pasear por las sendas, acabar en la playa y bañarte. Subir corriendo al castillo. Bajarlo en bici. Ver un partido de la Premier League con una pinta en la mano. Relajarte en casa viendo una peli de Rocky Balboa. Y dormir hasta que amanezca un nuevo día.

Sí, todo se ve desde otra perspectiva cuando dejas algo. Allí, todo lo malo martilleaba mi cabeza: que no tienes wifi, que Scarborough está lleno de cuestas, que las gaviotas no se callan, que hay cientos de coches, que no entiendes ni pajolera idea de lo que te dice el revisor del tren, que suenan sirenas de ambulancia o de policía cada treinta minutos, que en Inglaterra es difícil ver la luz del sol. 

Entonces, solo tienes ganas de volver a casa. Coger el tren de las 16:53, hacer trasbordo en York y llegar al aeropuerto de Manchester a las 20 h. Hacer una cola enorme, de más de dos horas. Mirar a tu alrededor y ver mujeres espectaculares que, al parecer, viajaban a un concurso de belleza; cuatro tipos de muy mal rollo detrás tuyo -uno de ellos me pidió perdón tres veces por darme con la maleta- y, a lo lejos, una figura muy familiar. No me lo podía creer. A unas cuatro filas de mi, estaba a punto de facturar su maleta Rudd Van Nistelrooy, la estrella de fútbol.

¿Qué hacía 'Van Gol' en Manchester? Empecé a asociar ideas. Rudd jugó en el ManU, y los vuelos de Monarch -la compañía en la que viajábamos- de esa noche eran casi todos a España. Él había jugado en Madrid y en Málaga. Seguramente, tendrá casas en todas las ciudades en las que ha jugado. Traté de visualizarlo con más claridad. Llevaba gorra y gafas, como de incógnito, aunque recuerdo haberle visto alguna vez así en sus últimos años en la Rosaleda. No podía hacer nada para acercarme a él, perdería mi sitio en la eterna cola hasta el mostrador. Cuando menos me lo esperé, desapareció.

Por entonces, yo estaba que me cagaba en los pantalones. Nunca había volado con Monarch, y no tenía tarjeta de embarque. Mientras toda la gente iba cargada con papeles, yo solo podía enseñar una factura en el móvil y el DNI. La chica que me tocó fue simpatiquísima, y me dio la tarjeta al instante, además del asiento que yo quise. Me preguntó como se decía 'ventanilla' y 'pasillo' en castellano, y se despidió con un literal 'ADIÓS', con marcado acento inglés, claro.

Subí las escaleras hasta el primer control. La chica que lo custodiaba me hizo tirar la botella de agua y un 'aerosol'. Me había echado el desodorante en la mochila porque sabía que el viaje iba a ser largo y no iba a parar de sudar como un pollo. Comprobé el resto de objetos por si tenía que tirar algo más. Solo llevaba un libro, papeles, el cargador del móvil y un bote de gomina que me compré en 'TESCO' y que me salió por un ojo de la cara. Todo inofensivo.

Entonces llegué al control de verdad. Lo dejé todo en una bandeja y pasé por el detector. Sin problemas. Entonces pasó la bandeja y se desvió por otro conducto. Me temí lo peor: ya hace ocho años, cuando volvía de Londres, los controladores abrieron mi mochila y descubrieron un cuchillo que había tomado prestado de la familia con la que vivía para cortar el espetec. La policía se alarmó al pensar qué podía hacer yo con una arma blanca antes de entrar en un avión.

Pero este no era el caso. Cuando la controladora me abrió la mochila, sacó la gomina y volvió a pasarla por el detector sin problemas, me quedé atónito. ¿EN SERIO? ¿UN BOTE DE GOMINA QUE ME COSTÓ MÁS DE CINCO EUROS? Paré a pensar en las miles de razones con las que podía haber provocado una desgracia durante el vuelo con un bote de gomina asesina. Me imaginaba los titulares: "Hombre provoca accidente aéreo al pringar de gomina la cara del piloto del vuelo 685". Muero.

Después de ese lío, las colas me dieron tregua. Fui al Burguer King, me zampé un menú y esperé a que abrieran la puerta de embarque. Me quedaban cinco libras sueltas, así que decidí gastarlas en chocolate. Fui a una pequeña tienda regentada por árabes en la que me compré dos kit-kats y un kinder-bueno por 2,40 libras. La dependienta, con velo incluido, me hizo sacar la tarjeta de embarque después del billete de cinco libras. Me dijo, 'OK' y me fui. Descubrí que no me dio el cambio unos cuantos metros más adelante. Entonces ya era tarde para volver. Fuck.

Llegué a la puerta y allí estaba. Rudd Van Nistelrooy. Iba a Alicante. Y si me ponía en la cola, iba a ir casi detrás de él. Me aparté y traté de visualizarlo con más claridad desde distintos ángulos. Un señor me observaba perplejo mientras recorría la sala tratando de dilucidar que sí, que era Van Nistelrooy. Al final, no podía marcharme así como así. Tenía que preguntárselo. Se lo solté en español por si me equivocaba y así me iba tan pancho. Pero cuando empezó a reírse ya sabía que no era él. Y que además era español. Me dijo: "ojalá fuera él". Yo regresé a la cola, más larga que antes, muerto de vergüenza. Para colmo, el falso Van Nistelrooy no dejó de mirarme hasta que entramos en el avión.

No despegamos hasta las doce pasadas. Iba sentado con dos chicas rubias que trataron de acomodarse unas doscientas veces para dormir. Yo me puse el Ipod y escuché música hasta que de repente la azafata me dijo que abriera la ventanilla y me quitara los auriculares. Casi me obligó. Si no lo hubiera hecho, ¿nos abríamos estrellado? Nunca lo sabremos.

Se notó la llegada a España. Primero por la angustia del calor. Habíamos subido más de diez grados de golpe. Segundo, porque cuando el segurata me dejó pasar viendo mi DNI, dijo en un tono cálido y campechano: "Hola, Buenah Nocheh". Y tercero, porque el 'eficiente' aeropuerto de Alicante tardó más de media hora en hacer funcionar la cinta de equipaje. Luego, mi madre no recordaba donde había puesto el coche. Entré a mi casa de Callosa a las 5:10, más de doce horas después de haber salido de mi piso de Scarborough. Ya entonces, en mi cama, con un calor de mil demonios e incapaz de dormir, comencé a echar de menos a ese pueblecito de la costa inglesa que, a pesar de las gaviotas, las cuestas, las sirenas y las comisiones, iba a recordar por siempre como un lugar mágico, idílico, de los que sueñas con vivir algún día. Ojalá.


lunes, 4 de agosto de 2014

SCARBOROUGH 4: De Anfield a Riverside

Quién me iba a decir a mi hace más o menos un mes, cuando supe con seguridad que iba a estar diez días en Scarborough, que iba a cumplir dos sueños, dos objetivos que perseguía desde que la pasión del fútbol se cernió sobre mí. No, no estoy hablando de ver un partido del Scarborough FC, que juega en la octava división inglesa. He tenido la fortuna y el placer de poder visitar dos estadios míticos: Anfield Road y Riverside Stadium.

El primero, dos días después de aterrizar en tierras británicas. Mi prima me dio la gran noticia de que ese domingo todo el colegio iba de excursión a Liverpool, y que por supuesto pasaríamos por el magnífico estadio de los reds. No hay campo que soñara más conocer. Me apasiona la Premier League, y el Liverpool representa el auténtico espíritu del football. Es un campo pequeño -me sorprendí mucho-, tradicional, que posee un aura especial, huele a historia de este deporte. El interior está plagado de cuadros con grandes figuras y con los mejores entrenadores del club. Casualmente, no estaba Rafa Benítez, que consiguió la Champions en 2005 en una de las finales más grandes de la Copa de Europa. El guía nos dio una excusa muy mala, parece que todavía andan quemados con el madrileño.

También me sorprendió -y decepcionó- una sala en la que guardaban camisetas enmarcadas de clubes que fueron humillados por el Liverpool. Estaba la del Barça -cuando fue eliminado en la semifinal de la Copa de la Uefa en 2001- y estaba la del Madrid, cuando perdió 4-0 en octavos de final de Champions, un partido que se recuerda por las palabras de Vicente Boluda, anterior presidente blanco, en las que afirmaba que en Anfield iban a "chorrear" a los reds. Vaya por Dios.



Aquel día tuve también la suerte de poder tomarme una cerveza -dos, para ser exactos- en el bar donde tocaban los Beatles. Incluso eché un meo donde solía hacerlo John Lennon. Vimos un desfile en honor al centenario de la Primera Guerra Mundial -horrible- y comimos en el Subway. Poca cosa que añadir aparte de que tuve que soportar durante el viaje de ida en autobús a unos italianos que no dejaban de cantar su himno nacional -y se reían de que el nuestro no tuviera 'palabras'- y nos decían: "¿Where is Van Persie?" recordando el 5-1 en el Mundial. Una de las pocas palabras que salieron de mi boca aquella mañana fue para responderles: "¿And where is Godín?

Seis días después, estaba a bordo de un autobús dirección Middlesbrough. Un día decidí que este equipo, que alcanzó la final de la UEFA frente al Sevilla en 2006 y que tiene ahora como entrenador a Aitor Karanka, iba a llamarlo para siempre por su apodo: el Boro. O en su defecto, el Boro inglés. Sin embargo, para encontrar un medio de transporte en el que ir hasta allí, tuve que decir el nombre de la ciudad unas 500 veces. Nunca me entendieron.

Eran dos horas y pico de viaje, pero valía la pena. Fui solo, a pesar de mis intentos por llevar a muchos chavales que querían acompañarme. Llegué a la estación de autobuses y cogí un taxi hasta el Riverside Stadium, a las afueras de la ciudad, para ver, casualmente, al Villarreal CF. Resulta que estaba de pretemporada en Inglaterra y su primera parada era el Boro. No podía desperdiciar la oportunidad de ver por primera vez un partido en un campo inglés, y encima frente al Submarino. Compré la entrada por 10 libras y entré al estadio 20 minutos antes del pitido inicial. Me lleve sorpresa doble: primero, al entrar por la puerta del campo, te encuentras con una especie de hall abarrotado de aficionados bebiendo pintas y comiendo hamburguesas. El paraíso, vamos. ¿Cuándo aprenderán en España? Me pedí media pinta y creo que los ingleses me miraron peor que si no llevara nada.

La segunda sorpresa llegó al entrar por el acceso a las gradas. Me encontré con el césped, a ras, y con los jugadores del Villarreal a un metro. Pude hacerme fotos con Cani y Tomás Pina. Conocí a unos amigos de Mario, el lateral derecho, que fueron muy simpáticos ayudándome con las fotos de los jugadores y con otra chica española que estaba allí y que no conseguí ni siquiera su nombre. ¡Una pena! Me quedé con la espina de no estrecharle la mano a Marcelino y decirle que estaba haciendo un gran trabajo en el Villarreal. Creo que le tuve mucho respeto. Demasiado.



Vi el partido cerquísima del césped, al lado de los banquillos, y con una señora del Boro que descubrió que yo era español y que se dedicó a decirme todos los sitios de España que había visitado: Alicante, Benidorm, Alpujarra, los Picos de Europa... incluso me invitó a un bollo, que rechacé porque sospechaba que llevaba pasas en su interior. ¡Con lo buenos que están con chocolate! La señora se llegó a interesar por el Submarino. Me preguntó de dónde era y cual era su mejor jugador. Se sorprendió con los goles amarillos en la primera parte. Y me dedicó una enorme sonrisa cuando se marchó al descanso a causa de la lluvia.

Cuando terminó el partido, me fui corriendo a comprarme un cuarto de libra con queso en el puesto, y fui a la rotonda en la que me dejó el taxi porque le pregunté al conductor si podía volver cuando acabara el partido. El taxista fue muy amable, y aunque no pudo ir, mandó a un compañero a recogerme. 

Éste, al comprobar mi pésimo inglés, se molestó sobremanera en indicarme cómo tenía que encontrar mi autobús en la estación. Pensaba que era fácil, pero fue de locos. Verme a mí, corriendo de un lado para otro entre autobuses, con todas las puertas cerradas -porque ahí no se podía entrar si no era para acceder directamente al autobús- y buscando el que me llevara a Scarborough, cuando solo quedaban cinco minutos para que arrancara, fue una situación de lo más cómica. Cuando buscaba la pantallita con el número, un hombre mayor se cayó al suelo en mis narices. Le ayudé a levantarse hasta que llegó su acompañante y me dio los gracias, pero yo el autobús lo perdía, estaba seguro. Entonces el tipo me ayudó y conseguí dar con él. Muy agradecido.

Todo el lío, las cuatro horas y media de viaje, en un autobús destartalado que no podía subir las cuestas con un desnivel del 25 % y que hacía paradas en medio de la nada, valió muchísimo la pena. Para mí, hay una escena que se me va a quedar para siempre en la retina. Riverside Stadium, descanso. Se oyen cánticos de fondo. De repente, empieza a llover y comienza a sonar 'Wake me up when September ends', de Green Day, por megafonía. Se me pusieron los pelos de punta. Día inolvidable.