No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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martes, 5 de agosto de 2014

SCARBOROUGH 5: Nostalgia, la gomina asesina y el falso Van Nistelrooy



Ahora lo echo de menos. Adoro Callosa, y me encanta estar con mi gente, y soy una de esas personas que llevan por bandera la frase 'Hogar, dulce hogar'. Como en casa, en ningún sitio. Sin embargo, uno cree que Scarborough, o una ciudad parecida, perfectamente podría convertirse en hogar. En un gran hogar.

Uno cree, además, que en Scarborough hemos dejado cosas pendientes. Que el tiempo ha pasado muy rápido, y que a pesar de lo que se dice, que es un pueblo en el que no se puede hacer nada, está lleno de vida. Y de naturaleza. Y lleno de posibilidades. Podría acostumbrarme perfectamente a una vida en la que tuviera que hablar inglés porque sí, en la que me levantara pronto -a las ocho toda Inglaterra tiene los ojos abiertos-, tomara unos huevos fritos con bacon y fuera a estudiar, trabajar, aprender. Comer a las 12 h, salir a pasear por las sendas, acabar en la playa y bañarte. Subir corriendo al castillo. Bajarlo en bici. Ver un partido de la Premier League con una pinta en la mano. Relajarte en casa viendo una peli de Rocky Balboa. Y dormir hasta que amanezca un nuevo día.

Sí, todo se ve desde otra perspectiva cuando dejas algo. Allí, todo lo malo martilleaba mi cabeza: que no tienes wifi, que Scarborough está lleno de cuestas, que las gaviotas no se callan, que hay cientos de coches, que no entiendes ni pajolera idea de lo que te dice el revisor del tren, que suenan sirenas de ambulancia o de policía cada treinta minutos, que en Inglaterra es difícil ver la luz del sol. 

Entonces, solo tienes ganas de volver a casa. Coger el tren de las 16:53, hacer trasbordo en York y llegar al aeropuerto de Manchester a las 20 h. Hacer una cola enorme, de más de dos horas. Mirar a tu alrededor y ver mujeres espectaculares que, al parecer, viajaban a un concurso de belleza; cuatro tipos de muy mal rollo detrás tuyo -uno de ellos me pidió perdón tres veces por darme con la maleta- y, a lo lejos, una figura muy familiar. No me lo podía creer. A unas cuatro filas de mi, estaba a punto de facturar su maleta Rudd Van Nistelrooy, la estrella de fútbol.

¿Qué hacía 'Van Gol' en Manchester? Empecé a asociar ideas. Rudd jugó en el ManU, y los vuelos de Monarch -la compañía en la que viajábamos- de esa noche eran casi todos a España. Él había jugado en Madrid y en Málaga. Seguramente, tendrá casas en todas las ciudades en las que ha jugado. Traté de visualizarlo con más claridad. Llevaba gorra y gafas, como de incógnito, aunque recuerdo haberle visto alguna vez así en sus últimos años en la Rosaleda. No podía hacer nada para acercarme a él, perdería mi sitio en la eterna cola hasta el mostrador. Cuando menos me lo esperé, desapareció.

Por entonces, yo estaba que me cagaba en los pantalones. Nunca había volado con Monarch, y no tenía tarjeta de embarque. Mientras toda la gente iba cargada con papeles, yo solo podía enseñar una factura en el móvil y el DNI. La chica que me tocó fue simpatiquísima, y me dio la tarjeta al instante, además del asiento que yo quise. Me preguntó como se decía 'ventanilla' y 'pasillo' en castellano, y se despidió con un literal 'ADIÓS', con marcado acento inglés, claro.

Subí las escaleras hasta el primer control. La chica que lo custodiaba me hizo tirar la botella de agua y un 'aerosol'. Me había echado el desodorante en la mochila porque sabía que el viaje iba a ser largo y no iba a parar de sudar como un pollo. Comprobé el resto de objetos por si tenía que tirar algo más. Solo llevaba un libro, papeles, el cargador del móvil y un bote de gomina que me compré en 'TESCO' y que me salió por un ojo de la cara. Todo inofensivo.

Entonces llegué al control de verdad. Lo dejé todo en una bandeja y pasé por el detector. Sin problemas. Entonces pasó la bandeja y se desvió por otro conducto. Me temí lo peor: ya hace ocho años, cuando volvía de Londres, los controladores abrieron mi mochila y descubrieron un cuchillo que había tomado prestado de la familia con la que vivía para cortar el espetec. La policía se alarmó al pensar qué podía hacer yo con una arma blanca antes de entrar en un avión.

Pero este no era el caso. Cuando la controladora me abrió la mochila, sacó la gomina y volvió a pasarla por el detector sin problemas, me quedé atónito. ¿EN SERIO? ¿UN BOTE DE GOMINA QUE ME COSTÓ MÁS DE CINCO EUROS? Paré a pensar en las miles de razones con las que podía haber provocado una desgracia durante el vuelo con un bote de gomina asesina. Me imaginaba los titulares: "Hombre provoca accidente aéreo al pringar de gomina la cara del piloto del vuelo 685". Muero.

Después de ese lío, las colas me dieron tregua. Fui al Burguer King, me zampé un menú y esperé a que abrieran la puerta de embarque. Me quedaban cinco libras sueltas, así que decidí gastarlas en chocolate. Fui a una pequeña tienda regentada por árabes en la que me compré dos kit-kats y un kinder-bueno por 2,40 libras. La dependienta, con velo incluido, me hizo sacar la tarjeta de embarque después del billete de cinco libras. Me dijo, 'OK' y me fui. Descubrí que no me dio el cambio unos cuantos metros más adelante. Entonces ya era tarde para volver. Fuck.

Llegué a la puerta y allí estaba. Rudd Van Nistelrooy. Iba a Alicante. Y si me ponía en la cola, iba a ir casi detrás de él. Me aparté y traté de visualizarlo con más claridad desde distintos ángulos. Un señor me observaba perplejo mientras recorría la sala tratando de dilucidar que sí, que era Van Nistelrooy. Al final, no podía marcharme así como así. Tenía que preguntárselo. Se lo solté en español por si me equivocaba y así me iba tan pancho. Pero cuando empezó a reírse ya sabía que no era él. Y que además era español. Me dijo: "ojalá fuera él". Yo regresé a la cola, más larga que antes, muerto de vergüenza. Para colmo, el falso Van Nistelrooy no dejó de mirarme hasta que entramos en el avión.

No despegamos hasta las doce pasadas. Iba sentado con dos chicas rubias que trataron de acomodarse unas doscientas veces para dormir. Yo me puse el Ipod y escuché música hasta que de repente la azafata me dijo que abriera la ventanilla y me quitara los auriculares. Casi me obligó. Si no lo hubiera hecho, ¿nos abríamos estrellado? Nunca lo sabremos.

Se notó la llegada a España. Primero por la angustia del calor. Habíamos subido más de diez grados de golpe. Segundo, porque cuando el segurata me dejó pasar viendo mi DNI, dijo en un tono cálido y campechano: "Hola, Buenah Nocheh". Y tercero, porque el 'eficiente' aeropuerto de Alicante tardó más de media hora en hacer funcionar la cinta de equipaje. Luego, mi madre no recordaba donde había puesto el coche. Entré a mi casa de Callosa a las 5:10, más de doce horas después de haber salido de mi piso de Scarborough. Ya entonces, en mi cama, con un calor de mil demonios e incapaz de dormir, comencé a echar de menos a ese pueblecito de la costa inglesa que, a pesar de las gaviotas, las cuestas, las sirenas y las comisiones, iba a recordar por siempre como un lugar mágico, idílico, de los que sueñas con vivir algún día. Ojalá.


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