La primera vez que fui a un circuito fue en Cheste, el Ricardo Tormo, en una excursión de 4º de la ESO. Entonces nos llevaron a correr en karts, oímos rugir unos minutos a los F3, y nos dejaron montar en bici en una zona habilitada -yo por entonces ni sabía montar-. Fue una experiencia guay, pero nada comparable a la de hoy en el Circuito del Jarama, en Madrid.
Gracias a MARCA, fuimos acreditados para campar a nuestras anchas por el paddock, boxes y los viales paralelos al circuito. Con un chaleco reflectante y una pulsera dorada, estábamos preparados para todo. Diego Zua, director de comunicación del circuito, nos dio una charla previa al trabajo periodístico.
Porque a partir de entonces, todo fue dar vueltas y hablar con todo tipo de gente para confeccionar un reportaje que valiera la pena. Charlamos con un operario, un mecánico que llevaba más de treinta años trabajando en el circuito -y que fue integrante del equipo de Carlos Sainz en sus inicios-, con el responsable de logística, con el de los sonómetros y con el propio jefe de prensa. Todos pudieron darme una visión sobre la polémica que existe por las quejas de las urbanizaciones a raíz del ruido de los coches. Creo que ha quedado una pieza chula.
Por último, hemos disfrutado un poquito de la carrera amateur, el Trofeo de Navidad, muy cerca de la pista. Todo un privilegio, aunque al final acabas un poco hasta las narices. Sobre todo si acabas helado y empapado por una lluvia que no ha cesado en ningún momento. Aún no siento los pies.
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