Situado en la zona de Argüelles (Calle de Altamirano, 38), allí acudimos Esteban y yo con tremendas ganas de echarnos algo a la boca... cuando llegamos y nos vimos el local completamente lleno. A rebosar. El bar no era precisamente grande, y las tortillas (el mayor reclamo del lugar) se divisaban en la barra como auténticos tesoros. De ellas nos separaba un mar de gente que era imposible atravesar.
Salimos del local. Esteban planteó buscar otro sitio en el que cenar. Yo me negaba. Había visto las tortillas a lo lejos, y tenía que probar al menos un pincho. Vimos, por suerte, que había otra puerta y que justo al lado, una pareja se levantaba de su mesa. Vimos el cielo abierto.
Rápidamente, ocupamos la mesa. Tardaron en atendernos, pero no en darnos los platos cuando los pedimos. Al final, optamos por cuatro pinchos de tortilla: dos elegidos por nosotros (butifarra y queso de cabra, solomillo, cebolla caramelizada y parmesano) y dos que nos recomendó la camarera (morcilla por un lado, cebolla caramelizada y foie por otro).
Sencillamente espectaculares. Yo siempre me he declarado partidario de que la tortilla esté un poco cruda por dentro, que chorree y se puede dar rienda suelta al 'sopeteo'. Y estas tortillas no cumplían las expectativas, las sobrepasaban con creces.
Cuando menos se lo esperaba Esteban, apareció en la mesa un plato de champiñones rellenos con beicon que yo había pedido en su momento por sorpresa. Los vi en una foto de Google Maps y no pude evitarlo. Deliciosos.
Eso y dos cañas nos salió por cerca de 13 € cada uno (2,50 el pincho, 1,90 las cañas, 8,20 los champiñones. En una de las servilletas descubrimos que el sitio llevaba abierto desde ¡1959!. Sin duda, pienso agradecer a Aaron el haberme recomendado este maravilloso lugar al que, por supuesto, volveremos a acudir. Hay que probar todas las tortillas.
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