De mi visita esta mañana a la Sierra de Callosa puedo sacar tres conclusiones:
1. Que estoy más fuera de forma que Antonio Cassano en el Madrid. Una bombona de oxígeno debería haberme llevado para subir, porque ya me faltaba incluso antes de salir del asfalto. Se notan los dulces navideños, las mariscadas y la manía de hincharme a comer chocolate en periodo de exámenes. Esto se acaba pronto, menos mal.
2. Que la gente te mira super raro cuando te paras a leer los carteles de información de la Sierra, dándote consejos, señalándote las prohibiciones, mostrándote los recorridos y la fauna y flora que caracteriza a este paraje. En mi afán por conocer un poco más sobre la naturaleza de mi ciudad, he sido objeto de inquietantes miradas de montañeros, ciclistas, trabajadores de Aqualia y ciudadanos que viven cerca de la la ladera de la Sierra. Como si hubieran visto un fantasma.
3. Que tuve una gran idea al decidir subir allí arriba una vez al mes. Incluso puede que lo haga más a menudo. Es un buen sitio para pensar, para huir del ruido de los coches, de las motos, de la música... hay pocas cosas mejores que eso.
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