Cuenta la leyenda que un peregrino
llamado Roque, nacido en Montpellier, decidió un día partir de casa y sanar a
todos aquellos infectados por la peste, recorriendo toda Italia y otros países.
En cada uno de los pueblos por los que pasó, las epidemias cesaron, y por ello
le honraron nombrándolo Patrón y construyendo numerosos templos en su honor.
En mi ciudad, Callosa de Segura, toda
la cultura sanroqueña que existe arrancó, según la tradición, una noche del 6
de noviembre de 1409 en la que el peregrino, ya canonizado, se apareció a
cuatro pastores: Hernán, Francisco, Jacobo y Felipe, curando a uno manco y
manifestando su deseo de permanecer en Callosa. En ese mismo lugar se erigió la
Ermita que hoy es un símbolo y uno de los mayores monumentos de la comarca.
Cuando ya era consciente de mi
viaje a Montpellier, recordé la historia de San Roque: según la tradición, él
había nacido en esta localidad francesa –que también le ha hecho patrón- y allí
mismo había una ermita que muchos visitaban en su peregrinación hacía Santiago
de Compostela, además de la casa en la que vivió y algunos restos que se le
atribuyen.
Había que visitarle, porque
aunque no me considero para nada religioso, respeto las tradiciones de mi
ciudad, y pienso que es un tesoro muy valioso que hay que cuidar porque es lo
que nos identifica y lo que nos distingue del resto de pueblos y ciudades.
Además, la leyenda de San Roque es preciosa, y muchos se agarran a ella para
describir hechos imposibles y admirables que incluso han llegado a salvar
vidas.
La iglesia de nuestro Patrón
estaba en el casco antiguo de Montpellier, cerca de la Plaza de la Comedie. Un
matrimonio de ancianos que se dirigían a la estación a coger un tren, nos
ayudaron a encontrar el sitio como si les fuera la vida en ello –ojalá no
perdieran el tren- y entonces la vimos, en todo su esplendor, frente a un
edificio con un dibujo precioso de San Roque. Entramos Javi y yo, hicimos unas
cuantas fotos, contemplamos las numerosas dedicatorias que le dejaron a lo largo
de los siglos entre las paredes, la enorme estatua que presidía el centro de la
iglesia y el panteón donde se prevé que estén algunos restos del Santo; después
firmamos en un libro que había en la entrada: “Hemos venido desde Callosa de
Segura, España, para ver a nuestro patrón, San Roque”. Simple y precisa. No
hacía falta decir nada más.
Ver capítulo 2 - La Gran 'M'
Ver capítulo 3 - Rez-de chaussée
Ver capítulo 4 - Un lunes en Montpellier
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