Cuando viajas a una ciudad en la
que nunca has estado, quieres verlo todo y no hay tiempo para nada, porque tus
billetes de autobús de vuelta tienen fecha de caducidad. Y te das cuenta cuando
despiertas por las mañanas, te quitas los calcetines y descubres tus pies de un
color rojo morado, plagados de rozaduras a causa de los kilómetros y kilómetros
que recorrimos a lo largo de esos cinco días.
El primer sitio que visitamos –después
de la Plaza de la Comedie, por supuesto- fue el centro comercial ‘Odyseum’, un
lunes por la tarde, cuando el sol más picaba y los jóvenes todavía seguían en
clase. Aquel lugar estaba al extremo de una de las líneas del tranvía, a las
afueras de Montpellier, y tenía cine, bares, tiendas de ropa, pistas de
patinaje… incluso un acuario, el Mare Nostrum, que disfrutamos durante casi toda la tarde por 8,5
€, y en el que pudimos contemplar maravillas de todas las partes del mundo.
Nunca había visto a Samuel tan entusiasmado, sus ojos brillaban al observar
cualquier pez revoloteando en el agua. Había tiburones, mantas, peces espada, pulpos,
cangrejos, pingüinos… más de cuatrocientas especies de cada uno de los océanos
de nuestro planeta. Incluso nos pusieron una película en 3D –más bien un corto
corto- en la que vimos la recreación de la lucha entre un cachalote y un
calamar gigante. Lo mejor fue cuando la única señora que estaba viendo la
película con nosotros preguntó si el combate estaba pasando de verdad en ese
momento. Estamos muy locos.
Después fuimos a tomar un ‘crepe’,
uno de los productos típicos de Francia. No podíamos irnos sin tomar uno. Yo
tiré la casa por la ventana y me pedí uno de los más caros, porque decían que
era el de la receta tradicional. Llevaba morcilla y queso, y estaba rico, pero
no se puede comparar con el de chocolate, más concretamente con el de ‘nutella’.
En todas las tiendas donde vendían crepes podías ver un bote de esta crema de
cacao originaria del Piamonte, Italia, hace más de cincuenta años.
Es curioso, porque mucha gente
que descubría nuestra nacionalidad se alegraba de tenernos cerca para
mostrarnos las palabras que conocían en castellano, o para hablarnos de sus
viajes a Barcelona, Sevilla o Madrid. De Alicante, curiosamente, nadie tenía ni
idea. El camarero que nos sirvió los crepes –perdía un poco de aceite, aunque
en Francia son casi todos así- incluso nos puso una canción en castellano –no la
había oído en mi vida- antes de cerrar a las 18:30. Los argentinos jugadores
del equipo de rugby de Montpellier también nos hablaron de sus deseos
incumplidos de viajar a España. Y la dueña del local donde vimos la final de Copa
del Rey nos avasalló con descripciones de la ‘pasión’ con la que vivimos el
fútbol y los toros los españoles. Hablaremos de eso en algún capítulo posterior.
Ver capítulo 1- Gabacholandia
Ver capítulo 2 - La Gran 'M'
Ver capítulo 3 - Rez-de chaussée
No hay comentarios:
Publicar un comentario