No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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domingo, 27 de abril de 2014

Un Barça-Madrid en Montpellier

Cuando acepté de forma tan improvisada la idea de viajar a otro país y disfrutar de una experiencia sensacional durante cinco magníficos días, tardé un tiempo en asimilar que no vería la final de Copa del Rey entre Madrid y Barça en España, en Callosa, en mi bar de siempre.  La vería en Francia, lejos de todo el ruido, sin prensa con la que ponerse en situación, sin calentar el partido, como si fuera un día normal.


Montpellier era ajeno a todo lo que mueve en España un Barça-Madrid en la lucha por un título. Sí, es verdad que vimos algún niño con la camiseta blanca o con la azulgrana, pero no se respiraba ese ambiente que paraliza un país entero. Ojo: en todo el tiempo que estuve allí no llegué a ver ni una sola camiseta del Lyon, PSG, Marsella o Mónaco, los cuatro grandes de los últimos años en la Ligue 1.

Sí vi cientos de personas que subían al tranvía o paseaban por las calles con la camiseta, el chándal o el abrigo con el escudo del Montpellier Hérault, campeón de Liga hace ya tres temporadas. Tres años en los que se ha marchado la columna vertebral del club –Yanga-Mbiwa, Giroud, Belhanda-. Sólo Rémy Cabella -24 años- ha seguido en el club pese a las ofertas, aunque se le relaciona con el Olympique de Marsella tras firmar una temporada brillante con 13 goles y 8 asistencias en 33 partidos. Pese a que el club se encuentra ahora en un periodo de transición –ha coqueteado con el descenso a lo largo de toda la campaña- la afición en esta ciudad sigue siendo incuestionable.


Sentía curiosidad por el estadio del Montpellier, situado al final de una de las líneas de tranvía, en el barrio de Mosson –tiene parada con su nombre, ‘Stade de la Mosson’-. Fuimos en la tarde de un martes soleado, y al contrario que otras ciudades donde el campo está bañado por las masas, éste presentaba un aspecto como de abandono, en un barrio frecuentado por marroquíes y franceses de ascendencia africana. En una de las escalerillas que daban acceso al estadio se podían ver botellitas de alcohol vacías y paquetes de tabaco. Sin embargo, al mirar por uno de los resquicios, se podía contemplar parte de las gradas y el césped. Hubiera dado lo que fuera por haber podido entrar y presenciar un partido.

Me dijo mi colega Samuel que en esta ciudad el fútbol siempre había sido el deporte que peor se daba. Eran mejores en balonmano o rugby, donde ahora mismo el Montpellier marcha segundo, a dos puntos del líder, el Toulon. Tuvimos la suerte de entrar en los alrededores del estadio de rugby, situado cerca de la casa del padre de Samuel, y pudimos echarnos fotos con algunos jugadores, entre ellos una de las estrellas de la selección francesa. Muy amables, avisaron a dos corpulentos jugadores argentinos para poder hablar con ellos en castellano. Nos hablaron de las ganas que tenían de viajar a España y se quejaban del clima en Montpellier. Fue genial.


¿Y qué estuve haciendo el día de final? En lugar de leer todos los periódicos, estar al tanto de la última hora, ver los informativos, leer cada tweet sobre el partido, escribir una previa, analizar cada detalle del encuentro… me dediqué a ver el inmenso zoológico de Montpellier. Inmenso por decir un adjetivo, pero me quedo corto. Era gratuito, pero era comprensible: su extensión era enorme, los animales que decían que tenían eran prometedores, pero las distancias entre cada recinto eran abismales, los bichos se veían desde lejísimos –algunos, como el león, ni se veían-, y para colmo hacía un sol implacable. Yo solo tenía ganas de volver a bajar la cuesta que tuvimos que subir – a mi pesar-, llegar a casa y concentrarme en el partido.

Cuando paramos para ‘robar’ wifi del Mc Donald´s, me enteré de la definitiva baja de Cristiano Ronaldo. Mal presagio. Llegamos a casa, cenamos, me puse la camiseta del Real Madrid y nos fuimos a un bar situado en la Avenida de Marsella. ‘Le Lion’, se llamaba. La dueña era una mujer mayor que al enterarse de que éramos españoles, se volvió loca de alegría. Nos dijo que su padre era de las Islas Canarias, y su madre de Melilla, pero ella había pasado toda la vida en Francia. Nos invitó a pizza con curry y piña, se volvió loca con el hecho de que yo fuera del Madrid, Samuel y su padre del Barça y Javi del Athletic; tiró su sujetador por los aires… ¡Y hasta nos cantó el ‘Viva España’ de Manolo Escobar! Fue lo mejor de la noche hasta el gol de Bale.

En los prolegómenos del partido ya había empezado el Guingamp-Mónaco de semifinales de la Copa de Francia. El camarero iba cambiando con la previa de Canal + Francia sobre el Clásico, en la que había una mesa redonda con diferentes expertos, entre ellos Javier Gómez, de la Sexta –me impresionó verlo allí hablado en francés-. Entre los puntos que analizaron, destacaron el bajón de Messi y la importancia de Benzema, probablemente el jugador más en forma de la selección francesa en la actualidad.


Durante el trascurso del partido se pudo comprobar que la mayoría del bar iba con el Barça, quizás por la cercanía. Sin embargo, la diferencia entre un bar de Francia y otro de España es escandalosa, literalmente. En lugar de soltar gritos, insultos y demás alaridos, reinaba la cordialidad y el coloquio distendido. Eso sí, ya me gustaría verles en una final de Mundial.

Cuando grité el gol de Di María y el resto permanecían callados, impasibles, como si no hubiera pasado nada, sentí que me invadía la nostalgia de la ‘pasión’ que tenemos los españoles “por el fútbol y los toros”, como me dijo la dueña del local, “mucho más que los franceses”. Un hombre mayor apoyado en la barra me chocó la mano en un gesto de complicidad. No estaba solo.

Sin embargo, el gol de Bartra me hundió en una profunda desesperación. El Barça, que estaba jugando uno de los peores partidos que se le recuerda en una gran cita, empataba casi sin merecerlo. Pero Bale, asumiendo los galones de Cristiano, se apuntó un golazo de bandera, recorriendo la banda izquierda como una gacela, superando a Bartra saliendo del campo y entrando para perfilar la portería y batir por bajo a Pinto. Estallé de alegría. Todos fliparon. Otro hombre que llegó a mitad de partido me chocó la mano como diciendo: “Vaya golazo habéis metido”. El tiro al palo de Neymar casi al final me puso los testículos en la garganta, pero después de eso todo acabó. El Madrid era campeón de Copa.

No pude ni ver a Iker levantando el trofeo.  El padre de Samuel ya se había levantado y se dirigía a la puerta. Habíamos venido en coche y la casa estaba en la otra punta. Al día siguiente busqué la escena en los informativos, copados por la eliminación del Mónaco en manos del Guingamp. Sólo pude volver a ver el gol de Bale, que valió la pena. Lo habría visto miles de veces.


Ver capítulo 1- Gabacholandia
Ver capítulo 2 - La Gran 'M'
Ver capítulo 3 - Rez-de chaussée
Ver capítulo 4 - Un lunes en Montpellier
Ver capítulo 5 - Saint Roch



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