Cuando acepté de forma tan
improvisada la idea de viajar a otro país y disfrutar de una experiencia sensacional
durante cinco magníficos días, tardé un tiempo en asimilar que no vería la
final de Copa del Rey entre Madrid y Barça en España, en Callosa, en mi bar de
siempre. La vería en Francia, lejos de
todo el ruido, sin prensa con la que ponerse en situación, sin calentar el
partido, como si fuera un día normal.
Montpellier era ajeno a todo lo
que mueve en España un Barça-Madrid en la lucha por un título. Sí, es
verdad que vimos algún niño con la camiseta blanca o con la azulgrana, pero no se
respiraba ese ambiente que paraliza un país entero. Ojo: en todo el tiempo que
estuve allí no llegué a ver ni una sola camiseta del Lyon, PSG, Marsella o
Mónaco, los cuatro grandes de los últimos años en la Ligue 1.
Sí vi cientos de personas que
subían al tranvía o paseaban por las calles con la camiseta, el chándal o el
abrigo con el escudo del Montpellier Hérault, campeón de Liga hace ya tres
temporadas. Tres años en los que se ha marchado la columna vertebral del club –Yanga-Mbiwa, Giroud, Belhanda-. Sólo Rémy Cabella -24 años- ha seguido en el club pese a las
ofertas, aunque se le relaciona con el Olympique de Marsella tras firmar una
temporada brillante con 13 goles y 8 asistencias en 33 partidos. Pese a que el
club se encuentra ahora en un periodo de transición –ha coqueteado con el
descenso a lo largo de toda la campaña- la afición en esta ciudad sigue siendo
incuestionable.
Sentía curiosidad por el estadio
del Montpellier, situado al final de una de las líneas de tranvía, en el barrio
de Mosson –tiene parada con su nombre, ‘Stade de la Mosson’-. Fuimos en la
tarde de un martes soleado, y al contrario que otras ciudades donde el campo
está bañado por las masas, éste presentaba un aspecto como de abandono, en un
barrio frecuentado por marroquíes y franceses de ascendencia africana. En una
de las escalerillas que daban acceso al estadio se podían ver botellitas de
alcohol vacías y paquetes de tabaco. Sin embargo, al mirar por uno de los
resquicios, se podía contemplar parte de las gradas y el césped. Hubiera dado
lo que fuera por haber podido entrar y presenciar un partido.
Me dijo mi colega Samuel que en esta
ciudad el fútbol siempre había sido el deporte que peor se daba. Eran mejores
en balonmano o rugby, donde ahora mismo el Montpellier marcha segundo, a dos
puntos del líder, el Toulon. Tuvimos la suerte de entrar en los alrededores del
estadio de rugby, situado cerca de la casa del padre de Samuel, y pudimos
echarnos fotos con algunos jugadores, entre ellos una de las estrellas de la
selección francesa. Muy amables, avisaron a dos corpulentos jugadores
argentinos para poder hablar con ellos en castellano. Nos hablaron de las ganas
que tenían de viajar a España y se quejaban del clima en Montpellier. Fue
genial.
¿Y qué estuve haciendo el día de
final? En lugar de leer todos los periódicos, estar al tanto de la última hora,
ver los informativos, leer cada tweet sobre el partido, escribir una previa,
analizar cada detalle del encuentro… me dediqué a ver el inmenso zoológico de
Montpellier. Inmenso por decir un adjetivo, pero me quedo corto. Era gratuito,
pero era comprensible: su extensión era enorme, los animales que decían que
tenían eran prometedores, pero las distancias entre cada recinto eran
abismales, los bichos se veían desde lejísimos –algunos, como el león, ni se
veían-, y para colmo hacía un sol implacable. Yo solo tenía ganas de volver a
bajar la cuesta que tuvimos que subir – a mi pesar-, llegar a casa y
concentrarme en el partido.
Cuando paramos para ‘robar’ wifi
del Mc Donald´s, me enteré de la definitiva baja de Cristiano Ronaldo. Mal
presagio. Llegamos a casa, cenamos, me puse la camiseta del Real Madrid y nos
fuimos a un bar situado en la Avenida de Marsella. ‘Le Lion’, se llamaba. La
dueña era una mujer mayor que al enterarse de que éramos españoles, se volvió
loca de alegría. Nos dijo que su padre era de las Islas Canarias, y su madre de
Melilla, pero ella había pasado toda la vida en Francia. Nos invitó a pizza con
curry y piña, se volvió loca con el hecho de que yo fuera del Madrid, Samuel y
su padre del Barça y Javi del Athletic; tiró su sujetador por los aires… ¡Y
hasta nos cantó el ‘Viva España’ de Manolo Escobar! Fue lo mejor de la noche
hasta el gol de Bale.
En los prolegómenos del partido
ya había empezado el Guingamp-Mónaco de semifinales de la Copa de Francia. El
camarero iba cambiando con la previa de Canal + Francia sobre el Clásico, en la
que había una mesa redonda con diferentes expertos, entre ellos Javier Gómez,
de la Sexta –me impresionó verlo allí hablado en francés-. Entre los puntos que analizaron, destacaron el bajón de Messi y la importancia de Benzema,
probablemente el jugador más en forma de la selección francesa en la
actualidad.
Durante el trascurso del partido
se pudo comprobar que la mayoría del bar iba con el Barça, quizás por la
cercanía. Sin embargo, la diferencia entre un bar de Francia y otro de España es
escandalosa, literalmente. En lugar de soltar gritos, insultos y demás
alaridos, reinaba la cordialidad y el coloquio distendido. Eso sí, ya me
gustaría verles en una final de Mundial.
Cuando grité el gol de Di María y
el resto permanecían callados, impasibles, como si no hubiera pasado nada,
sentí que me invadía la nostalgia de la ‘pasión’ que tenemos los españoles “por
el fútbol y los toros”, como me dijo la dueña del local, “mucho más que los
franceses”. Un hombre mayor apoyado en la barra me chocó la mano en un gesto de
complicidad. No estaba solo.
Sin embargo, el gol de Bartra me
hundió en una profunda desesperación. El Barça, que estaba jugando uno de los
peores partidos que se le recuerda en una gran cita, empataba casi sin
merecerlo. Pero Bale, asumiendo los galones de Cristiano, se apuntó un golazo
de bandera, recorriendo la banda izquierda como una gacela, superando a Bartra
saliendo del campo y entrando para perfilar la portería y batir por bajo a
Pinto. Estallé de alegría. Todos fliparon. Otro hombre que llegó a mitad de
partido me chocó la mano como diciendo: “Vaya golazo habéis metido”. El tiro al
palo de Neymar casi al final me puso los testículos en la garganta, pero
después de eso todo acabó. El Madrid era campeón de Copa.
Ver capítulo 2 - La Gran 'M'
Ver capítulo 3 - Rez-de chaussée
Ver capítulo 4 - Un lunes en Montpellier
Ver capítulo 5 - Saint Roch
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