No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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lunes, 28 de abril de 2014

De vuelta a casa

Es difícil resumir todo lo vivido en Montpellier, y eso que solo estuvimos cinco días. Cuando conoces una nueva ciudad, en un nuevo país, y descubres las diferencias, hablas en otro idioma, te adentras en lugares que jamás has visitado y vives una vida que en nada se parece a la tuya, adquieres una experiencia que jamás habías imaginado.


Y repito, sólo fueron cinco días. Suficientes para darme cuenta de que sería fascinante poder vivir en otro país un tiempo. Quizá semanas, quizá un mes. Quizá más. Me he echado atrás muchas veces, pero creo que por fin estoy preparado.

Seguro que se me olvidan miles de cosas del viaje, más si cabe porque estoy escribiendo hace ya más de una semana desde que volvimos ¿Qué me falta por decir? Que un vagabundo con un perro enorme nos preguntó algo, le dijimos que éramos españoles y no entendíamos francés y resultó que sabía hablar español: “¿Si os toco algo -con la guitarra- y os gusta, me dais dinero, vale? Le dijimos que no teníamos, y mientras nos íbamos el refunfuñaba de lejos, diciendo: “Cabrones, sois unos cabrones”. Pudo decirlo en francés para que no le entendiéramos, pero no. Lo dijo en castellano, alto y claro.

Que en Montpellier, si vas con Samuel, puede que se paren los coches para que pases por un paso de cebra. Si no, puedes estar casi diez minutos esperando, y eso sin semáforos. En Francia, los ‘ceda el paso’ son para los peatones.

Los franceses, por lo que me contó el padre de Samuel, trabajan en su mayoría siete horas al día: de 8 a 12 h de la mañana –paran para comer- y de 13 h a 16 h. A las 18 h ya están cenando, a las 20 h viendo cualquier cosa en la tele y a las 22 h prácticamente se van a la cama. De ahí la vida tranquila por la noche.

Sí, en Francia están súper avanzados. Incluso en algunas cadenas de radio, como Cherie FM, ponen el nombre de la canción y el artista que está sonando en ese momento en la pantallita del coche. ¿Tan difícil es hacer eso en España? ¿Vamos a estar toda la vida preguntándonos por el nombre de las canciones porque no lo escuchamos del DJ? ¿Vamos a tener que dejar el volante para que el ‘Shazam’ nos resuelva la papeleta? Por dios, menudo país.

Diría que hubo una noche que nos fuimos de fiesta, pero creo que no llegó a eso, aunque a lo mejor los franceses lo llaman así.. Para un español medio, una fiesta es ir a un polígono, hacer botellón, beber hasta mantenerte en pie de milagro, entrar a la discoteca y restregarte con todo lo que se mueve hasta las seis de la mañana. Lo que hicimos nosotros fue ir a un pub, tomar unas birras con la hermana de Samuel, cenar pizza y pasta en un sitio de calidad y luego entrar en un garito, el ‘Australian Bar’ a una hora en la que en España está todo cerrado –por lo pronto que es-, sin estar ni un cuarto de alcoholizados de lo que deberíamos haber estado y con la sensación de que podíamos haber disfrutado un poco, aunque tampoco mucho más.  Por eso creo que nos faltó un día o dos en Montpellier.


Pero nos tuvimos que ir el jueves por la noche. Samuel y su padre nos acompañaron al autobús, que llegó con retraso. Cuando entramos, ya estaba repleto y Javi y yo nos tuvimos que poner separados, aunque tuvimos suerte de estar en la misma fila. Los conductores eran murcianos. Imagínense la reacción tras estar cinco días en un lugar donde parece que te hablan continuamente refinado, al momento en el que oyes discutir, de guasa, a dos conductores murcianos sobre si se va bien por ahí o por allí. No habíamos salido de Montpellier y ya estábamos en casa.

El autobús arrancó sobre las 21:15 y paró para cenar a las 21:30… Yo dejé mi cojín en el asiento porque no me fiaba de que me lo quitaran. Comimos unos bocatas que nos había preparado la madre de Samuel en unas mesas que había fuera. Dos chicas que iban a Barcelona no paraban de mirarnos, y le dije a Javi que estaba seguro de que se sentarían con nosotros a cenar y charlar. Salieron del restaurante y parecía que iban hacia nuestra mesa, pero siguieron hacia delante. Error de bulto. Ellas se lo pierden.

Cuando me entró ganas de ir al aseo, ya habían cerrado el restaurante. No eran ni las diez. Tuvo que hacer pis en unos árboles que había al otro lado, en un sitio muy oscuro. Cuando llegamos al autobús, comprobamos a dónde habían ido aquellas chicas que supuestamente se iban “a sentar con nosotros”: una le había quitado el sitio a Javi, y otra al que iba al lado de él. Refunfuñando, nos marchamos al final del autobús, donde todavía había sitios libres.

Pero a nosotros, casualmente, no nos dejaron sentarnos en “sus sitios” –no teníamos tetas-. Creí que una mujer que se me acercó me había dicho que me levantara, que ahí iba ella, pero en realidad me decía que iba en mi asiento de al lado. Yo me levanté pensando lo otro, y una rubia que había justo detrás y que luego comprobé que roncaba como una condenada, me estuvo mirando con cara de “eres repelente” durante un buen rato, porque pensaba que no quería sentarme al lado de aquella mujer. Me acabé sentando al lado de un marroquí que me dijo: “Aquí había una chica joven”. Una de las 'furcias' que nos habían quitado el sitio. Creo que estaba decepcionado, porque le habían cambiado una chica guapa por un tipo con gafas que no sabía dónde meter macuto, mochila, bolsa, chaqueta y cojín en tan poco espacio.

Lo que más me chocó fue una chica que estaba hablando con su amiga justo en mi fila, con un claro marcado acento francés. La que estaba más próxima a mí se rió un par de veces con chorradas que solté. La otra era la que parecía que no entendía español, hasta que alguien dijo en una parada que había que cerrar la puerta porque hacía frío. Entonces abrió la boca, y con un claro acento murciano gritó: “¿FRÍO? ¡PERO SI HACE UN CALÓ QUE TE MUÉRE!”.

Cuando conseguimos sentarnos juntos
Nos pusieron la peli de ‘Ana y el rey’, protagonizada por Jodie Foster, cuyo “hijo” era el chaval que hace de Draco Malfoy en las primeras pelis de Harry Potter. Estaba en español, pero no conseguí oír una mierda. Cuando acabó, me puse el Ipod hasta que comencé a agobiarme: era el momento de tomar la pastilla que nos había dado la madre de Samuel para dormir. Nos advirtieron de que si nos la tomábamos a mitad de viaje podíamos incluso perder nuestra parada, al quedarnos totalmente fritos. Pero lo único que me provocó –cosa que agradezco- fue una sensación de relajación total, desde que partimos de Barcelona hasta que llegamos a Valencia. Desconozco si hicimos paradas entre medias. Sólo oía música, ni siquiera sé si en sueños.

Llegamos a Orihuela bien entrada la mañana, sobre las doce. Había sido un viaje en autobús de más de catorce horas, pero contra todo pronóstico salí mejor de lo que esperaba. Quizás pudo ser porque me adapto mejor a los viajes largos que a los cortos. O que he aprendido a no quejarme tanto. O simplemente fue la pastilla, que me ‘agilipolló’ durante un buen rato. Pero yo creo que fue el hecho de pensar que daba igual cuántas horas fueran, porque la experiencia en Montpellier, una de las mejores de mi vida, había valido y mucho la pena.



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