No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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lunes, 23 de diciembre de 2013

Entrar en acción

Coger un libro, ponerse a leer y tener que levantarte de la silla para poner las manos sobre la cabeza y preguntarte a ti mismo: "¿Es verdad lo que estoy leyendo?".

No me había pasado en la vida, pero hace unos días lo consiguió 'Informe Lugano', de Susan George. Escrito en 1999, se basa en un dossier ficticio que realiza un grupo de expertos para los 'solicitantes', en este caso los gobernantes de las potencias mundiales, con el objetivo de preservar el capitalismo en el siglo XXI. Con esto, la autora pretende descubrir lo que está pasando y lo que pasará con el mundo si no se hace nada al respecto. Si el capitalismo, este capitalismo, sigue vigente en los próximos años.

En realidad, desde que escribió este libro han pasado catorce años y las premoniciones son ciertas. Todas y cada una de ellas. Y las medidas para evitar lo que viene a ser una especie de 'apocalipsis' son casi tan escalofriantes como las consecuencias.

Según George, la única manera de hacer que el mayor número posible de personas vivan en una situación de bienestar, preservando además el sistema capitalista, es reducir la población mundial a la mitad. Se predice que en 2020 habitarán la Tierra alrededor de 8000 millones de personas. George propone reducirla a 4000 millones. ¿Y cómo se consigue eso? Atención: potenciando guerras entre países del sur, provocando conflictos entre grupos sociales distintos, limitar la oferta de alimentos en los países pobres,  realizar cultivos a partir de ingeniería biológica, desalentar las intervenciones humanitarias, aumentar el número de fumadores, privatizar los servicios públicos,  propagar la malaria (¡¡!!), sabotear UNICEF, regalar preservativos y ligaduras de trompas, racionar el agua, legalizar la droga… y un sinfín de propuestas extremistas que incitan al suicidio. Mira por donde, así ayudaría a reducir la población (?)

Evidentemente, toda esta espiral de locura y desidia viene a ser una especie de ‘ironía’ no exenta de realidad, pues el mundo en el que vivimos está mucho peor que cuando lo encontramos, y todavía peor que hace unos treinta años. Desde entonces, no han cesado los problemas ecológicos, estamos acabando con los recursos del planeta, la economía está estancada en un sistema que no ofrece alternativas, y reparte de forma muy desigual los bienes y servicios. ¿Cómo es posible que el porcentaje de los países beneficiados, tres veces menor que el de los perjudicados, siga aumentando sus ingresos conforme pasan los años?
Y lo peor es que este sistema, que creíamos que iba a aumentar nuestra felicidad, en realidad la está disminuyendo. El capitalismo incita al consumo, un consumo extremo, que hace que familias, a priori con alto poder adquisitivo, gasten su dinero en productos innecesarios. La publicidad y los medios de comunicación son clave en este sentido. Creímos estar en la cúspide de la excelencia cuando vimos nuestra cocina equipada con última tecnología, el salón con Home-Cinema e infinitos artículos de decoración, nuestro despacho con ordenador portátil, Tablet, reproductor de música, DVD-portátil y móvil de última generación… y despertamos ahora, con los bolsillos vacíos, pero con la misma necesidad de comprar productos inservibles.

Una vez te acostumbras a tenerlo todo, la felicidad se vuelve a apagar como se apaga un ordenador que dura exactamente lo que tarda en expirar la garantía. La obsolescencia programada impera en nuestra sociedad desde tiempos inmemoriales, desde que nos dicen qué debemos comprar y porqué. Y solo nosotros podemos darle la vuelta a la tortilla.

Sí, solo nosotros. Ni los políticos, ni las guerras, ni los expertos, ni las empresas. “Pasar de ser víctimas a ser actores de nuestro propio destino”.  Esa es la premisa de Susan George. Hay alternativas, pero sólo las hay si somos capaces de agarrarlas al vuelo.

Estas son las conclusiones finales que se pueden sacar de este libro:

1. Que el mundo, la Tierra, el planeta o como quieran llamarlo, se va a la deriva. Hace catorce años, la escritora y politóloga Susan George auguró problemas ecológicos que acabarían por devastar la naturaleza, destruir la biosfera, provocar desastres naturales irreversibles. El planeta no tiene recursos suficientes para sustentar el actual sistema capitalista.

2. Pueden considerarse absurdas y terroríficas, pero las medidas para preservar el capitalismo en el siglo XXI son propuestas por George para concienciar a la gente de los problemas que genera el actual sistema. Un sistema que en lugar de mejorarse, se trata de mantener a toda costa.

3.  Muchos llaman al sistema capitalista el ideal para que el máximo número de personas vivan en un estado total de bienestar, pero la realidad es bastante distinta. Los países beneficiados son mucho menores que los perjudicados, el reparto de ingresos es totalmente desigual y tanto los políticos como las empresas transnacionales no quieren cambiar ni un ápice las reglas por temor a ver reducidas sus fortunas.

4. Por eso es vital darse cuenta de que no hay que convencer a las instituciones poderosas del daño que están causando, de que en el futuro no habrá soluciones que valgan… porque lo peor es que ya lo saben, y no hacen nada por remediarlo.

5. Y por eso lo importante es entrar en acción. Me quedo con esta frase que debe servir para intentar hacer del mundo un lugar mejor: “A pesar de los obstáculos, el aspecto positivo es que todo el mundo puede –debe- implicarse porque la tarea de todas las tareas es volver a tejer el tejido social que el neoliberalismo está desgarrando […] Cada uno de nosotros puede convertirse en un hilo de la urdimbre de la trama”.



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